Konvergencias,
Filosofía y Culturas en Diálogo. ISSN 1669-9092 |
Número 13 Año IV
Septiembre 2006 |
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Edición 4to. Aniversario |
SLOTERDIJK Y CANETTI; EL DETONANTE ICONOGRÁFICO Y OPERÍSTICO DE LA
POLÍTICA DE MASAS. Adolfo Vásquez Rocca (Chile) |
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Resumen La masa, como una
prolongación ontológica del individuo, manifiesta algunas de las propiedades
de éste: se angustia, se excita, se protege, se enriquece, se desarrolla y
fenece. Así, entre los
atributos principales que pueden reconocerse en la masa están la compulsión a
crecer en número y en concentración; la masa ama la densidad y siempre se
mueve hacia algo; las masas arrastran cuerpos, contagian y provocan
excitaciones cinéticas colectivas, logran que, de pronto, todo esté repleto. En El desprecio de las
masas; Ensayo sobre las luchas culturales en la sociedad moderna, constata la
disolución del sueño del colectivo autotransparente y la persistencia de un
estado de pseudoemancipación desde el cual la masa descarga su energía y
elimina distancias burguesas, se congrega ante sí y para sí, aunque ya no se
expresa en una asamblea física sino a través de medios masivos de
comunicación. Abstract The mass, like a
ontologic prolongation of the individual, shows some of the properties of
this one: one becomes distressed, it is excited, it protected, becomes rich,
it is developed and it concluded. Thus, between the main attributes that can
be recognized in the mass they are the compultion to grow in number and
concentration; the mass loves the density and it always moves towards
something; the masses drag bodies, infect and cause collective kinetic
excitations, obtain that, suddenly, everything is filled. In the scorn of the
masses; Test on the cultural fights in the modern society, states the
dissolution of the dream of the autotransparente group and the persistence of
an pseudo-emancipation state from which the mass unloads its energy and
eliminates bourgeois distances, it is congregated before himself and for
himself, although no longer it are expressed in a physical assembly but
through massive means of communication. Palabras claves: Masa – poder – rebelión – ritual – política –
opinión – público. 1. La entrada en escena
de las masas. Las masas han irrumpido en la escena de nuestro tiempo, configurándola,
deviniendo sujeto y dotándose de una voluntad y una historia. Como lo había
prefigurado Hegel se trata del desarrollo de la masa como sujeto. En este
fenómeno se presagia la aparición de un poderoso y sospechoso actor sobre el
escenario político. Cuando la masa se dota de voluntad cabe atisbar el fin de
la época de la altivez idealista. Tan pronto como la masa se considera capaz
de acceder al estatuto de una subjetividad o de una soberanía propia, los
privilegios metafísicos desaparecen. La exaltación de lo masivo y ruidoso, lo
violento y coactivo, así como la fascinación por la aglomeración y el desfile
de tropas resultan irresistibles para las sensibilidades totalitarias siempre
ávidas de agitación y despliegue de poderío. Con el ascenso de las masas a la categoría de sujeto se produce el
colapso de la visión romántico-racional del sujeto democrático consciente de
sus deseos. La tesis aquí en juego, y de la cual se derivarán serias
consecuencias, es que en la constitución originaria del sujeto masificado
predominan las motivaciones opacas. Como advierte Sloterdijk, en el seno de
la masa los individuos excitados no componen lo que la mitología de la
discusión -la sociología convencional- denomina un público; ellos, al contrario,
se concentran en un punto donde se forman hombres sin perfiles, los que
confluyen a un lugar donde todo por sí mismo se revela como lo más denso [am
scwärzesten]. Este ímpetu hacia el
tumulto humano revela que en la escena original de la formación del yo
colectivo existe un exceso de material humano, una
sobre-densidad. Estas observaciones son fundamentales para la comprensión de la
naturaleza insuperablemente inerte e impenetrable de la formación de la
subjetividad. En la era del individualismo burgués, definido por la creación de
distancias entre los sujetos, donde el propio sistema aisla a los individuos
entre sí, y los dirige a cada uno de ellos hacia el esfuerzo solitario de
tener que llegar a ser ellos mismos, “nadie puede aproximarse, nadie alcanza
las alturas del otro” (1). En el tumulto, en cambio, se derriban todas
las distancias. Allí donde la turba
humana se hace más densa, empieza a tener efecto una prodigiosa marea
desinhibida. La masa tumultuosa vive
de esta voluntad de descarga. Sólo todos juntos pueden liberarse de sus cargas de distancia. Eso
es exactamente lo que ocurre en la masa. En la descarga se elimina toda
separación y todos se sienten iguales.
En esta densidad, donde apenas cabe observar espacios, entre ellos,
cada cuerpo está tan cerca del otro como de sí mismo. Es así como se consigue un inmenso alivio.
La inmersión del yo en el colectivo que lo contiene y supera. La masa, como una prolongación ontológica del individuo, manifiesta
algunas de las propiedades de éste: se angustia, se excita, se protege, se
enriquece, se desarrolla y fenece. A diferencia de los individuos aislados y
aunque esté constituida por ellos, la masa opera como una entidad autónoma y
obedece a un determinismo disímil. La agresión exterior a la masa, por
ejemplo, sólo podría fortalecerla, mientras que un ataque interno podría
implicar un peligro extremo. Así, entre los atributos principales que pueden reconocerse en la
masa están la compulsión a crecer en número y en concentración; la masa ama
la densidad y siempre se mueve hacia algo. Existirá mientras tenga una meta
no alcanzada. La compulsión a crecer es la primera y suprema característica de la
masa. Incorpora a todos los que se pongan a su alcance. La masa natural es la
masa abierta, sin límites prefijados. Con la misma rapidez que surge, la masa
se desintegra. Siempre permanece vivo en ella el presentimiento de la
desintegración, de la amenaza y de la que intenta evadirse mediante un
crecimiento acelerado. La masa cerrada renuncia al crecimiento y se concentra
en su permanencia, se establece y crea su lugar para limitarse, crea su
propio espacio protegido y vigilado de las influencias externas. Nada teme el hombre más que ser tocado por lo desconocido. En todas
partes el hombre elude el contacto con lo extraño. Aún cuando se mezcla con
gente en la calle, evita cualquier contacto físico. La rapidez con que nos
disculpamos cuando se produce un contacto físico involuntario, pone en
evidencia esta aversión al contacto. Solamente inmerso en la masa, puede liberarse el hombre de este
temor a ser tocado. Es la única situación en la que ese temor se convierte en
su contrario. Para ello es necesaria la masa densa, en la que cada cuerpo se
estrecha con el otro; densa, también, en su constitución cívica, pues dentro
de ella no se presta atención a quién es el que se estrecha contra uno. En
cuanto nos abandonamos a la masa, dejamos de temer su contacto. Llegados a
esta situación ideal, todos somos iguales. Muchedumbres ha habido siempre. Ocurre que es ahora -desde comienzos
del siglo XX- cuando se han hecho visibles y se han puesto en marcha,
ingobernables, arrasando e imponiéndose sobre los individuos –sobre los
personajes principales y dotados de excelencia o nobleza. El decir de la
gente -que compone un coro nutrido de voces que opinan más o menos lo mismo y
se estructura en forma de “usos establecidos” o lugares comunes asume el
carácter de ley; de modo tal que de pronto nos hallamos ante suntuosas
“vigencias”, usos sociales que no precisan para su extensión de comprensión
sino, tan sólo y primariamente, de presión. Se ponen de manifiesto porque
sencillamente se imponen. La sociedad, la gente, no tiene ideas propias. La
colectividad no piensa, y, estrictamente hablando, tampoco tiene opiniones,
sino que las contiene y en ellas está instalada (2) -aun cuando no repare en ello. Las 'opiniones' pues se imponen tanto por
el arrastre propio de lo vulgar y simple, como por el poder comunicativo que
las “ideas” de esta índole suelen comportan en la coacción de unos grupos de
individuos concretos sobre otros. Luego, por la fuerza de la costumbre se
generalizan hasta que entran en desuso, por cansancio o por su desvelamiento. Aun cuando, "la" opinión pública sea en realidad una
ficción, ella intenta, como se ha mostrado, imponerse y dominar el gusto bajo
la coerción del autovalidado sentido-común; será desde el lugar común, desde
donde las masas -la opinión pública- intentará tomar por asalto la razón y
convencer que la 'obligación' democrática de los gobernantes es escuchar y
seguir la voz de la calle, cuestión que se valida desde la convicción cívica
de que todo poder y todas las formas legitimas de expresión proceden de las
mayorías. 2. Multitudes y públicos; mecanismos victimales. El concepto de “opinión pública” nos remite a una distinción
fundamental, aquella existente entre multitudes y públicos. Una vez que la
psicología de las masas (3) ha
quedado establecida debe elaborarse una psicología de los públicos,
concebido este último como una colectividad puramente espiritual, como una
diseminación de individuos físicamente separados cuya cohesión es
“completamente mental” (4). El
público, en este sentido era desconocido en la Antigüedad y en la Edad Media,
y la precondición para su surgimiento fue la invención de la imprenta en el
siglo XV. Este público de lectores, sin embargo, era limitado y sólo comenzó
un proceso de generalización y fragmentación en el siglo XVIII, proceso que
se profundizaría y consolidaría con el advenimiento del periodismo político durante
la Revolución Francesa. No obstante,
en ese momento, el público revolucionario era principalmente parisino; fue
necesario esperar hasta el siglo XX, al desarrollo de medios veloces de
transporte y comunicación, para ver el surgimiento de verdaderos públicos
nacionales e, incluso, internacionales. Ahora bien, mientras que lo que demandan las multitudes furiosas era
una o más cabezas, la actividad del
público, sin embargo, es menos simplista, ya que “se orienta tan fácilmente
hacia un ideal de reformas o utopías como hacia ideas de ostracismo,
persecución y expoliación” (5). Pero incluso en el caso de los públicos, el
odio juega un rol central: “Descubrir o inventar un nuevo y gran objeto de
odio para el público, aún constituye el medio más seguro de convertirse en
uno de los reyes del periodismo”.(6) Sin embargo, la conclusión de Tarde no es
totalmente pesimista. Las ventajas de los públicos deben hallarse no sólo en
el reemplazo de la costumbre por la moda, de la tradición por la innovación;
“también reemplazan la clara y persistente división entre las muchas
variedades de asociación humana, con sus conflictos interminables, por una
segmentación incompleta y variable cuyos límites se desdibujan, en un proceso
de perpetua renovación y penetración mutua”.(7) La presencia de las masas, de las multitudes –según la distinción
establecida–, de gentes saliendo a la calle a manifestarse movidos por una
suerte de pulsión autoafirmadora (que supone a la vez una fuerza negadora de la
individualidad), pero también por una descarga de tensión, por una pasión o un instinto de
supervivencia, como cuando el apremio y el miedo les paraliza y necesitan
sacudírselos, allí buscan la calle y el amparo de la gente, el contacto con
los otros, como ocurre, por ejemplo, al producirse una catástrofe, un
terremoto o un incendio. Elías Canetti,
junto con Ortega (8) –y en
la actualidad Peter Sloterdijk– son quienes mejor han comprendido la
fenomenología de la masa, denominando justamente “descarga” a su más
característico movimiento interior. El fenómeno más importante que se produce en el interior de la masa
es la descarga. Es el instante en que todos los que forman parte de ella, se
deshacen de sus diferencias y se sienten iguales. Las jerarquías que dividen,
las individuaciones que diferencian, las distancias que separan; todo esto
queda abolido en la masa. Únicamente en forma conjunta pueden liberarse los
hombres del lastre de sus distancias. En la descarga se despojan de las
separaciones y todos se sienten iguales. Es en la densidad donde, como se ha señalado, cada
cual se encuentra tan próximo al otro como a sí mismo, lo que produce un
inmenso alivio. Y es en razón de este instante de felicidad, en el que
ninguno es más ni mejor que el otro, como los hombres se convierten en masa. Las masas cerradas tienden a la estabilidad, mediante la invención
de reglas y ceremonias características que capturan a sus integrantes. En la
asistencia regular a la Iglesia, en los actos cívicos, en las ceremonias
militares, en la repetición precisa y
conocida de ciertos ritos, se garantiza a la masa algo así como una
experiencia domesticada de sí misma. Otra hipótesis de interés acerca de los referidos mecanismos
ceremoniales es la de Girard en torno a “la existencia de mecanismos
victimales y su función en el origen de las religiones, las culturas y la
humanidad”. Girard habla de mecanismos para “señalar la naturaleza automática
del proceso y de sus resultados, así como la incomprensión e incluso
inconsciencia de quienes participan en él” (9). Antes de la constitución de la humanidad, había violencia entre los
homínidos. Se trataba de una violencia de rapiña, y era especialmente fuerte
al interior de las especies más avanzadas, cuyas pautas dominantes eran frágiles
y susceptibles de ser quebrantadas, al punto que se hicieron letales. Esta
violencia de todos contra todos es un proceso simétrico, recíproco, porque es
mimético, de manera que se trata de una violencia que es respondida con otra
violencia similar. Se trata de un proceso de imitación que no se ve frenado por las
pautas de la comunidad, sino que se intensifica hasta hacerse una violencia
de dos que se imitan el uno al otro, y se extiende por contagio para
convertirse en violencia de todos contra todos. No obstante, en este punto no
existen sino dos caminos: la disolución total de la comunidad por la
violencia, o la transferencia de la violencia de todos contra una víctima. No hay en el origen de la sociedad una decisión razonable o de un
contrato, sino un mecanismo
inconsciente, del mismo orden del deseo que toda la mimesis, y que Girard ha
llamado “chivo expiatorio”, el cual probablemente ocurre cuando una
diferencia, un rasgo de debilidad, distingue a un miembro particular del
grupo en el combate por la 'muta' de destrucción. Así, en su perspectiva, la
víctima tan sólo cuenta con el indicio de una violencia que no tiene causa,
que sólo se origina en la misma violencia. A partir de cierto grado de frenesí, la polarización mimética se
realiza sobre la víctima única. Después que la violencia se ha saciado sobre
esa víctima, se interrumpe necesariamente y el silencio sucede al alboroto.
Este contraste máximo entre el desencadenamiento y la calma, la agitación y
la tranquilidad crea las circunstancias más favorables que pueden darse para
que despierte esa nueva atención. Como la víctima es la víctima de todos, en
ese instante se fija sobre ella la mirada de todos los miembros de la
comunidad. Por encima del objeto puramente instintivo (...) está el cadáver de
la víctima colectiva y ese cadáver es lo que constituye el primer objeto para
ese nuevo tipo de atención. De este modo, siempre late la amenaza de un estallido, el que debe
entenderse como la repentina transición de una masa cerrada a una abierta. La
masa ya no se conforma con condiciones y promesas piadosas, quiere
experimentar ella misma el supremo sentido de su potencia y pasión animales,
y con este fin utiliza una y otra vez cuanto le brindan los actos y
exigencias sociales. El ataque desde fuera sólo puede fortalecer a la masa. Físicamente
separados, sus miembros tienden a reunirse con más fuerza. El ataque desde
dentro es, en cambio, peligroso de verdad. Una huelga que haya obtenido
determinadas concesiones se desintegrará a ojos vistas. El ataque desde
dentro obedece a apetencias individuales. La masa lo siente como un soborno,
como algo inmoral, ya que se opone a su clara y transparente condición
básica. Todo el que pertenece a una masa lleva en sí a un pequeño traidor
deseoso de comer, beber, amar y vivir en paz. La masa está siempre amenazada
desde adentro y desde afuera. Una masa que no aumenta está en ayunas. 3. El detonante iconográfico y operístico de la
política de masas. Una de las primeras cosas que se descubre al
moverse por una gran ciudad es el hecho de que la gente parece desplazarse
errática, con el sentimiento de ser una isla solitaria, sin conexión con las
de su alrededor. Al respecto Sloterdijk nos refiere en El
desprecio de las masas una descripción muy afín a los tiempos actuales
cuando destaca que: “Ahora se es masa sin ver a los otros. El resultado de
todo ello es que las sociedades actuales o, si se prefiere, postmodernas han
dejado de orientarse a sí mismas de manera inmediata por experiencias
corporales: sólo se perciben a sí mismas a través de símbolos mediáticos de
masas, discursos, modas, programas y personalidades. (...) La masa
postmoderna es una masa carente de todo potencial, una suma de
micro-anarquismos y soledades que apenas recuerda la época en la que ella –
excitada y conducida hacia sí misma a través de sus portavoces y secretarios
generales- debía y quería hacer
historia en virtud de su condición de colectivo preñado de expresividad.” (10) La sociedad entonces se fragmenta en pequeñas epidemias
cerradas, que ni se mezclan ni se comprenden, lo que aumenta los problemas de
violencia, pequeñas sectas de gente idéntica enfrentadas entre sí. Zizek, en La metástasis del goce, recurre a
categorías freudianas para referirse a
la circulación simbólica de la violencia, conjeturas en torno a un orden sacrificial donde la inmolación tiene lugar en vistas a
un credo fundamental por el que no sólo se esta dispuesto a matar, sino
también y de modo principal, a morir, para ello no es necesario recurrir a
racionalizaciones espurias para caer en la cuenta que la violencia encuentra
su anclaje en referencias simbólicas. El ideario, la cosmovisión que comporta
un discurso será siempre secundario frente a la puesta en marcha de los
instintos, eventualmente crueles, por el detonante iconográfico y operístico
de la política de masas.(11) El esquema que presenta Zizek
deja entrever además el rechazo de lo simbólico propio del discurso
capitalista, cuyas formas de dominación se cimentan, precisamente, en ese
tipo de negaciones. Es a esto lo que Sloterdijk llama la falsa conciencia
ilustrada, un claro síntoma del tardo-capitalismo es la negación de la
distancia entre la máscara ideológica y la realidad social. La fórmula es
simple: “ellos saben muy bien lo que hacen, pero aún así, lo hacen. La razón
cínica ya no es ingenua, sino que es una paradoja de una falsa conciencia
ilustrada: uno sabe de sobra la falsedad, está muy al tanto de que hay un
interés particular oculto tras una universalidad ideológica, pero aún así, no
renuncia a ella." (12) 4. Masa y Poder; Canetti y su ajuste de cuentas con Freud.
La principal diferencia entre las teorías de Freud
y la de Canetti es la que concierne al carácter libidinal de los fenómenos de masa. En Masa
y poder(13) Canetti no se opuso
explícitamente al que era, sin duda, el núcleo de la teoría freudiana, pero,
al vincular la masa no al Eros, sino al Poder, se separa del psicoanálisis. La teoría de Canetti,
desarrollada en su libro Masa y Poder, representa un intento
sistemático por razonar el origen profundo y los distintos rostros del
fenómeno de la masa. Freud, a diferencia de Canetti, tiene una visión exclusivamente negativa del
comportamiento de masa, se trataría de
un fenómeno de regresión a un estadio primitivo de la especie humana,
una especie de arcaísmo. Vinculándola directamente a lo que ya en una obra
anterior –Tótem y tabú (14)– había llamado la horda
primitiva, Freud describió a la masa en su Psicología de las masas como el
grupo de hombres sometidos "al dominio absoluto de un poderoso
macho". Para el fundador del psicoanálisis, toda masa no era, pues, sino
la resurrección de la horda primitiva. En su autobiografía, en un ajuste de
cuentas con Freud, Canetti llegaría a decir que, si Freud concibió así la
masa, fue porque se basó sólo en ese tipo de muchedumbres que pudo ver en las
calles de Viena en los momentos previos al estallido de la I Guerra Mundial:
esas masas belicistas y germanófilas que tan parecidas se nos revelan a las
que años después protagonizarían también los acontecimientos de la II Guerra.
Para Freud, sólo habría existido –según Canetti– un tipo de masa: la masa
agresiva (15), que sale a la calle
con intenciones hostiles hacia un grupo de seres humanos. Se trata de la masa
de acoso, la que sale a matar y sabe a quién quiere matar. Con resolución
avanza hacia esa meta. Basta con dársela a conocer, basta con comunicar quién
debe morir, para que se forme la masa. La determinación de matar es de índole
muy particular, y no hay ninguna que la supere en intensidad. Todos quieren
participar, todos golpean. Para poder asestar su golpe, cada cual se abre
paso hasta llegar al lado mismo de la víctima. Si no puede golpear, quiere
ver cómo golpean los demás. Todos los brazos salen como de una misma
criatura. Pero los brazos que golpean tienen más valor y más peso. El
objetivo lo es todo. La víctima es el objetivo, pero también es el punto de
máxima densidad: concentra en sí misma, las acciones de todos. Una razón importante del rápido crecimiento de la
masa de acoso es la ausencia de peligro. No hay peligro porque la
superioridad de la masa es enorme. La víctima nada puede contra ella. O huye
o queda atrapada. Para la gran mayoría de los hombres, un asesinato sin
riesgo, tolerado, estimulado y compartido con muchos otros resulta
irresistible. Es una empresa tan fácil y se desarrolla con tanta
rapidez, que hay que darse prisa para llegar a tiempo. La prisa, la euforia y
la seguridad de una masa semejante tienen algo de siniestro. La masa procede
al sacrificio y ejecución de la víctima para liberarse de golpe y como para
siempre de la muerte de todos los que la constituyen. Lo que luego le sucede,
es todo lo contrario. A partir de la ejecución, aunque solo después de ella
se siente mas que nunca amenazada por la muerte. Se desintegra y se dispersa
en una especie de fuga. Su miedo será mayor cuanto más elevada sea la
categoría de la víctima. Sólo podrá mantener su cohesión si se suceden con
gran rapidez una serie de hechos y de eventos idénticos. Entre los
tipos de muerte que una horda o un pueblo pueden imponer a un individuo,
puede distinguirse dos formas principales. Una de ellas es la exclusión, y la
otra, la ejecución colectiva. En este segundo caso, se conduce al condenado a
un lugar abierto y se lo lapida. Todo el mundo participa en esta muerte;
alcanzado por las piedras de todos el culpable se desploma. Nadie es
designado como el ejecutor. Es la comunidad entera la que mata. La tendencia
a matar colectivamente subsiste incluso allí donde se ha perdido la costumbre
de lapidar. La muerte por el fuego puede comparársele: el fuego actúa en
lugar de la muchedumbre que deseó la muerte del condenado. La
desintegración de la masa de acoso, una vez que ha cobrado su víctima, es
particularmente rápida. Los poderosos que se sienten amenazados son muy
conscientes de este hecho y suelen arrojar una víctima a la masa para detener
su crecimiento. Muchas ejecuciones políticas han sido ordenadas sólo con este
fin. La repulsa
que provoca la ejecución colectiva es de fecha muy reciente y no debe
subestimarse. Pero también hoy participa todo el mundo en las ejecuciones
públicas a través de los medios de comunicación. En el público de los medios
se ha mantenido viva una masa de acoso moderado, tanto más irresponsable
cuanto más alejada queda de los acontecimientos; esta es su forma más
despreciable. Ahora bien,
Canetti denomina “cristales de masa” a esos pequeños y rígidos grupos
humanos, bien delimitados y de gran estabilidad, que sirven para desencadenar
la formación de masas. Los así llamados “cristales de masa” representan una gran densidad. Es
importante que tales grupos sean visibles en su conjunto, que se los abarque
de una mirada. Su unidad importa mucho más que su tamaño. El cristal de masa
es duradero. Sus integrantes han sido adiestrados para compartir un plan de
acción o unas determinadas ideas. Quien los vea o los conozca deberá sentir,
ante todo, que jamás se desintegrarán. La nitidez,
el aislamiento y la constancia del cristal de masa, contrastan con los
agitados fenómenos que se dan en el seno de la masa misma. El proceso de
crecimiento, rápido e incontrolable, y la amenaza de desintegración que
confieren a la masa su capacidad de estabilidad no actúan en el interior del
cristal. Canetti
llama símbolos de masa a las unidades colectivas que no están formadas por
hombres, y, sin embargo, son percibidas como masas. Tales unidades son el
trigo y el bosque, la lluvia, el viento, la arena, el mar y el fuego. Nos
recuerdan la masa, y la representan simbólicamente en el mito y el sueño, en
el discurso y el canto. Cristales
de masa y masa, derivan de una unidad más antigua, en la que todavía
coinciden: la muta (16). En hordas de reducido
número, que van en pequeñas bandas de diez o veinte hombres, la muta es una
forma de excitación colectiva con la que nos topamos en todas partes. La muta
es una unidad de acción y se manifiesta de manera concreta. De ella ha de
partir quien desee explorar los orígenes del comportamiento de las masas.
Canetti distingue cuatro formas de muta: la de casa, la de guerra, la de
lamentación y la de multiplicación. Canetti, al
igual que Freud, trata de hacer una arqueología de la masa, es decir, de
definir la masa a partir de su prehistoria, de sus orígenes en el pasado más
remoto. Ahora bien, su arqueología de la masa no localizaría el origen de la
misma en la horda primitiva, sino en algo que se le parecería mucho, aunque
no sería exactamente igual: lo que el autor llamó la muta, un grupo humano
primitivo de diez o veinte personas. Lo que diferenciaría a esta muta de
Canetti de la más conocida horda freudiana iría implícito en el término
elegido para designarla. El término muta procede del francés 'meute', que
actualmente sólo significa "jauría" (grupo de perros cazadores),
pero que en francés antiguo conservaba todavía la acepción del etimología
latina 'movita', con el significado de "alzamiento" o
"levantamiento" que hoy tendría la palabra motín. Serían estas dos
acepciones las que Canetti habría querido conservar en la palabra elegida,
que reuniría en sí el factor humano de la palabra motín y el factor animal de
la palabra jauría. De este modo quiso el autor evitar la unilateralidad de la
teoría que vincula la masa sólo a la agresividad animal de la jauría y
sustituirla por otra más compleja y dialéctica en la que la muta (o su
sucesora, la masa) no se movería sólo por la finalidad cazadora de la jauría,
sino también por la finalidad subversiva del motín. Empecemos
por el factor animal de la jauría, el más freudiano. Canetti no niega, en
efecto, que el origen del comportamiento de masa sea, en primer lugar, la
caza. Esos grupos de diez o veinte hombres que integraban la muta primitiva
se comportaban casi exactamente igual que lo hacían las especies animales con
las que estaba acostumbrado a tratar, y, por tanto, la más antigua y limitada
forma de muta, la de caza, debería su aparición entre los hombres "a un
modelo animal: a la manada de animales que cazan juntos". Por otro lado,
todavía en la actualidad existirían comportamientos de masa directamente
emparentados con este tipo de muta de caza. Dentro de su original
clasificación de tipos de masa, Canetti habla en concreto de dos que serían
de esta clase agresiva u hostil: la masa de acoso y la masa de guerra. Tanto
en una como en otra se reproduciría lo esencial del comportamiento de la muta
más antigua, de esa muta primigenia que sería la de caza. En la llamada masa
de acoso lo único que cambiaría sería que la presa, en lugar de ser animal,
sería humana: por lo demás, tanto en esencia como en funcionamiento, muta de
caza y masa de acoso serían prácticamente una misma cosa, como lo demostraría
el enorme parecido que existe entre las vívidas descripciones que Canetti
hace de las dos. Si la muta de caza se describe concentrada en la presa,
excitada por la sed de sangre, frenética en el momento de la caza,
repentinamente silenciosa ante la víctima caída, respetuosa en el reparto de
la carne según reglas establecidas, la masa de acoso es descrita por Canetti
en estos términos: "Sale a matar y sabe a quién quiere matar. Con una
decisión sin parangón avanza hacia la meta; es imposible privarla de ella.
Basta dar a conocer tal meta, basta comunicar quién debe morir, para que la
masa se forme. La concentración para matar es de índole particular y no hay
ninguna que la supere en intensidad. Cada cual quiere participar en ella,
cada cual golpea. Para poder asestar su golpe, cada cual se abre paso hasta
las proximidades inmediatas de la víctima. (...). La víctima nada puede
hacer. Huye o perece. No puede golpear, en su impotencia es tan sólo
“víctima".(17) Por su
parte, la llamada masa de guerra también tendría su precedente más remoto en
la muta de caza, aunque el más directo sería el de la llamada muta de guerra.
Tanto la masa de guerra como su más directa predecesora, la muta de guerra,
serían fenómenos de doble masa: lo que cambia aquí con respecto a la muta de
caza es que no se trata ya de un grupo frente a una víctima, sino de dos
grupos que tendrían exactamente la misma y enfrentada intención uno respecto
del otro. Los grupos no serían nunca muy diferentes entre sí, y, de hecho, en
las formas primitivas de la guerra, tal como se deduce de los relatos de
pueblos primitivos que Canetti selecciona, los dos grupos se parecían tanto
que les era difícil distinguirse entre sí. Los dos tenían la misma manera de
abalanzarse unos sobre otros, su armamento era más o menos idéntico, los dos
lanzaban el mismo tipo de salvajes y amenazadores gritos. Sólo esta
imposibilidad de distinguir al enemigo habría cambiado en las actuales masas
de guerra, que por lo demás serían esencialmente idénticas a su ancestro, la
muta de guerra. Lo más característico del fenómeno de doble masa en que consiste
la masa de guerra residiría en que lo masivo concierne aquí no sólo a los que
matan, sino también a los que son muertos, que mueren a montones, pues sería
la muerte misma la que, en la guerra, se transformaría en fenómeno de masa:
"Hay que acabar con la mayor cantidad posible de enemigos; la peligrosa
masa de adversarios vivos ha de convertirse en un montón de muertos. Vence el
que mata a más enemigos". Tras estas
consideraciones no puede resultarnos extraño que Canetti declare que Masa y poder no es otra cosa que
una investigación sobre las raíces del nacionalsocialismo. Ese es el sentido de la obra: entender lo
que sucedió entre 1933 y 1945 en Alemania. Lo que menos importa es si la
palabra fascismo aparece o no aparece. Las quinientas páginas de la obra no
tratan sino del nacional socialismo, de su nacimiento y su perdición. 4. Hitler y las masas; Los asesinos están entre nosotros.
Ahora bien, a la hora de
intentar explicar el fenómeno cruento que constituye el nazismo, el auge y
desarrollo del Tercer Reich, con su maquinaria de exterminio, gran parte de
los historiadores ignoran o minimizan el factor psicológico que esta a la
base de estos fenómenos de masas. Ello queda demostrado por las notables lagunas que se dejan entrever
en el conocimiento de la historia alemana, desde la primera guerra
mundial hasta el triunfo final de
Hitler.(18) Aunque ello es así, esos
factores políticos, sociales y económicos no bastan para explicar el profundo
impacto de Hitler en la población alemana. De manera significativa, muchos observadores
alemanes se negaron hasta el último
momento a tomar a Hitler en serio, y aun después de su advenimiento al
poder juzgaron al nuevo régimen como una aventura transitoria. Tales opiniones indican, por lo menos, que
en la situación interior existía algo inexplicable, algo que no podía
inferirse de las circunstancias comprendidas dentro del campo normal de
visión. Esta fuerte oposición
ideológica que resistía a Hitler tiende a sugerir que fue un puñado de
fanáticos y gángsters el que logró sojuzgar a la mayoría del pueblo alemán.
Esta conclusión no se ajusta a los hechos. En lugar de resultar inmune al
adoctrinamiento nazi, la mayoría de lo alemanes se plegó al gobierno
totalitario con tal presteza que no podía ser un simple resultado de la propaganda,
mientras el fascismo italiano era una especie de representación teatral, el
nazismo asumió aspectos de religión.(19) Era un espectáculo
desconcertante: por un lado los alemanes se resistían a darle las riendas a
Hitler y por el otro estaban completamente de acuerdo en aceptarlo. Tales
actitudes contradictorias surgen frecuentemente de conflictos entre las
demandas de la razón y las urgencias emocionales. Puesto que los alemanes se
oponían a Hitler en el plano político, su extraña predisposición por el credo nazi debe
haberse originado en disposiciones psicológicas más potentes que cualquier
escrúpulo ideológico. El fascismo es un fenómeno
absolutamente develador. Muy raras
veces nos ha ofrecido la larga y tortuosa historia de la naturaleza de los
partidos modernos un ejemplo tan significativo de las necesidades interiores
de la masa respecto a su 'culto al héroe' como la ofrecida por el fascismo y
el nazismo. Una confianza absoluta, ciega y una ardiente veneración, he aquí
lo que ofrece este partido a su Führer, a su Duce. Esto, el fenómeno del 'culto
al héroe', pone de manifiesto que en las oscuras turbas humanas existe un
aspecto que no cesa de soñar en una luminosidad más grande. En la práctica, las masas desarrollan su
propia forma de idealismo e imponen de vez en cuando su voluntad de
ensalzamiento del héroe sin hacerla objeto de discusión. Pero ningún culto a la
persona resulta más ilustrativo de la idealización horizontal que aquel del
que fue objeto Hitler. Este fenómeno,
en lo esencial, nunca fue otra cosa que la autoidolatría de una ávida
mediocridad apoyada por la figura del Führer como medio de culto público.
También el culto a la persona constituye una fase del programa de desarrollar
la masa como sujeto. De ahí que, a la
vista del fenómeno de la generalización constante de la comunicación en los
Estados nacionales, sea lícito comprender a los héroes de la época burguesa y
de masas, sean dictadores clásicos o populares, como testimonios de que los
individuos también podían intervenir en calidad de medios de masas. Por esta
razón, el culto al genio y el culto al Führer pudieron intercambiar de manera
intermitente su forma sin complicaciones. Con todo, tuvo que actuar el
peculiar talento alemán para la autohipnosis para escenificar esa luna de
miel entre idealismo y brutalidad que originó, en los embriagadores albores
de la “Revolución Nacional” de 1933, ese clima de ilusión tan especial para
las masas. Fue Thomas Mann quien supo expresar esta situación en términos de
minoría de edad cuando él, en septiembre de 1939, ya dispuesto a emigrar a
los Estados Unidos, realizó el diagnóstico de que los alemanes eran un pueblo
que idolatraba la falta de formación y
la barbarie. Esta idolatría, no obstante, no era más que una forma de desvío del deseo de reconocimiento. Todo
aquel que desde la distancia histórica pretenda comprender el efecto
producido por Hitler tiene que renunciar al intento de investigar al dictador
como una figura dotada de una personalidad demoníaca.(20) La específica adecuación del
papel desempeñado por Hitler en el psicodrama alemán no estriba en sus
extraordinarias aptitudes o en su reconocido
carisma, sino, antes bien, en su incomprensible y evidente vulgaridad,
por no hablar de su consecuente disposición a vociferar sin rebozo alguno
delante de grandes multitudes. Hitler parecía llevar de nuevo a los suyos a
una época en la que gritar todavía servía para algo. Desde este punto de
vista, fue el artista de la acción más exitoso del siglo (21), un exitoso artista de la acción y de la puesta en escena de
masivas liturgias hipnóticas. El relato de Sloterdijk
describe el desenfreno y la violencia política a flor de piel en la luna de
miel entre el idealismo y la brutalidad. Hannah Arendt pone el final: un
salto mortal al primitivismo. Individuos impotentes y desorganizados que se
dejan dominar y alcanzan un desamparo organizado: esos son los que perciben a
la figura humana bajo el sello de la insignificancia cósmica, como lo
señalara Niklas Luhmann. Es en este plano horizontal
de resonancia ya apuntado donde se asienta la continuidad funcional existente
entre el culto al líder de las masas encaminadas a la descarga durante la
primera mitad de nuestro siglo y el culto al estrellato de las masas ansiosas
de entretenimiento que surge en su segunda mitad. El misterio que envuelve
tanto al antiguo líder como a las estrellas de nuestra actualidad reside
precisamente en el hecho de ser tan similares entre sí ante sus embotados
admiradores, tanto que alguien involucrado apenas podría llegar a
barruntarlo. Aunque también los mismos
eminentes intelectuales alemanes llegaran a participar en este salto mortal
al “primitivismo”, esta situación en absoluta desacredita la mencionada
conexión; pone de manifiesto, más bien, la superficie de contacto que
permitió la “alianza entre vulgo y elite”.
Es en este terreno donde, según el diagnóstico de Ana Arendt (22), la impotencia desorganizada de
innumerables individuos se trueca en el “desamparo organizado” de una mayoría
que se deja dominar tanto por los movimientos totalitarios como por los
medios de entretenimiento totales. En lo que concierne a las
aptitudes de Adolf Hitler, el diagnóstico es claro. Mientras cumplió sus labores como Führer, no
actuó en absoluto como la ensalzada contrafigura de una masa guiada por él
mismo, sino como su delegado y catalizador. En todo momento adoptó el mandato
imperativo de la vulgaridad. No alcanzó el poder gracias a algún tipo de
aptitudes excepcionales, sino merced a su inequívoca grosería y a su
manifiesta trivialidad. Si algo había
de especial en él, residía tan solo en el hecho de que parecía haber
inventado su vulgaridad en todo su ser, como si fuera el primero en reconocer
en esa misma vulgaridad una meta que podía ser perseguida hasta sus últimas
consecuencias. La autoconciencia de Hitler de ser la encarnación de un
destino se adecuaba en este sentido a su papel de instrumento histórico. En
él, el narcisismo vulgar fue capaz de entrar en escena. Para muchos, en él, y
a través suyo, el sueño de una gran eclosión, libre de esfuerzos, podía
cobrar visos de realidad. Dado que él estaba en condiciones de anular las
ilusas infamias de los grupos más diferentes, pudo actuar desde diferentes
lugares como una suerte de imán. Sólo como médium polivulgar fue capaz
de crear el denominador común de sus partículas afines a su adhesión. El
hermano Hitler tendió su mano a todos los que querían consumar su destino por
su cuenta. Quien estaba dispuesto a eliminar toda percepción de la realidad
para así poder fantasear mejor acerca de un salvador –incluso acerca de ese
“redentor cultural” anunciado por los georgianos-, podía esta máscara
comprometerse con todo lo que quisiera. Sin embargo, aun cuando las masas no
fueran capaces de reconocer por sí misma que tenían ante sí a una marioneta
perversa, un niño mimado, coprófilo e impotente de tendencias suicidas
explícitas, fueron los rasgos histéricos, megalómano-populistas e
histriónicos de su carácter los que se evidenciaron desde el comienzo de
manera más notoria e inmediata. De ahí
que todavía hoy digan más de su figura los documentos gráficos que las miles
de biografías al uso. Entonces se le ve siempre posando para las ilusiones de
la masa: pero allí donde cae la pose, sólo queda el hueco del colérico médium
falto de carácter. Hitler, el recolector de ilusiones y el político
hipnótico, no era en absoluto un hombre de excesivo talento, como tampoco era
en ningún aspecto una personalidad creativa.
Para que tuviera éxito, sólo bastaba que fuera capaz de ser un
receptor -catalizador- popular. Reflexionando sobre la
adhesión que recibió Hitler en el marco de la sociedad de masas no
pretendemos indagar si hubo o no una amplia mayoría que siguió la política
antisemita de Hitler, sino considerar como llegó al poder, esto es por la vía
democrática; que tuvo seguidores fanatizados y seguidores que sólo fueron
parte semi-inconsciente de la máquina genocida, esto es en su carácter de
masa; que así como tuvo adeptos tuvo también adversarios, quienes a pesar que
trataron, no lograron destronar rápidamente esa política por no contar con
aquella hegemonía masiva con la que sí contaba el régimen. Una figura histórica que haya
provocado tanto daño debe ser estudiada en profundidad. Aunque hay una marea
de libros y monografías en torno a Hitler muy pocos son los que han analizado
la zona oscura, las raíces del mal. La historiografía oficial utiliza la
técnica del avestruz. Aquello que escapa a su comprensión lo rechaza como
imposible. Aunque tal rechazo implique aceptar que al final la Guerra Mundial
se debió a la mala suerte de que llegase un loco al poder de Alemania. Esta
actitud es un insulto a la inteligencia. ¿Quién fue realmente Hitler? ¿Cómo
explicar que uno de los pueblos más cultos de la época se dejara embaucar por
un loco? ¿Cómo pudo un tipo con un bigotillo ridículo pasar de vagabundo a
intentar, y casi conseguir, la conquista del mundo? ¿Qué eran esos símbolos
extraños de que se rodeaba? Resulta al menos curioso que
el país más culto de Europa tras la derrota y humillación de 1918 volvió su
mirada hacia un pasado mítico y legendario de grandeza donde encontrar
consuelo. El paganismo que no había desaparecido por completo de Europa
regresaba de la mano de los círculos iniciados y ocultistas. Thor, Wotan y
otros dioses extraños regresaban a sus dominios precristianos. El nazismo hunde sus raíces
en el río ocultista que recorre Europa desde el siglo XVIII. Organizaciones
secretas como la Deutscher Bund, la Tugembud, los Iluminados de
Baviera o Thule, fueron sin lugar a dudas materia de inspiración para el
nazismo. Debemos recordar aquellas palabras de Hitler cuando afirmaba que
«aquel que vea en el nazismo un movimiento político, es que no ha entendido
nada». La gran fuerza del nazismo se encuentra en ser fundamentalmente un
movimiento espiritual e irracional, donde prima la intuición sobre la razón,
la acción sobre la contemplación. La fuerza del mito cobra en el nazismo un
protagonismo absoluto. En la actualidad junto a la
irrupción de neonazis que exhiben viejas insignias, nueva extrema derecha
recorre Europa que ha entendido que su supervivencia exige un “lavado” de
imagen: viste informalmente y niega ser racista -al tiempo que niega el
holocausto- y declara un compromiso con la democracia. Por lo tanto, recordar
el pasado puede lograr que ese odio se reprima y no se convierta en fuerza
hegemónica bajo un disfraz o sensorium nuevo. Esto quedará para una próxima
entrega, en torno al texto de Sloterdijk Si Europa despierta (23),
el ensayo más provocador sobre la identidad Europea de los últimos años. * Registro de
propiedad intelectual 2006 ** Este Artículo forma parte -en calidad de adelanto- de
un próximo Libro en torno a Sloterdijk y el Posthumanisto, proyecto Editorial
en marcha, en colaboración con el Prof. Dr. Hugo Renato Ochoa Disselkoen,
Profesor Titular del Instituto de Filosofía de la Universidad Católica de
Valparaíso, Ex Decano de la Facultad
de Filosofía y Educación. Director de PHILOSOPHICA, Revista del Instituto de
Filosofía de la PUCV y miembro del Consejo Editorial de HYPNOS, Revista del
Centro de Estudios de la Antigüedad Griega de la Pontificia Universidad
Católica de Sao Paulo y de la REVISTA OBSERVACIONES FILOSÓFICAS. Artículos
relacionados sobre Sloterdijk de Adolfo Vásquez Rocca: Artículo “Peter
Sloterdijk; Extrañamiento del mundo; Abstinencia, drogas y ritual” En Cuaderno de
Materiales, Nº22 Enero 2006, publicación oficial de la Universidad
Complutense de Madrid, indexada en el registro internacional de publicaciones
seriadas con el número de ISSN: 1138-7734 http://www.filosofia.net/materiales/num/num22/Sloterdijk.htm Peter Sloterdijk:
'Extrañamiento del mundo'. Abstinencia, drogas y ritual / Adolfo Vásquez
Rocca En: Gazeta de
antropología, Universidad de Granada – España UE. ISSN 0214-7564, Nº. 22, 2, 2006. http://www.ugr.es/~pwlac/G22_12Adolfo_Vasquez_Rocca.html Artículo “Peter
Sloterdijk; La música de las Esferas y el olvido del ser desde todos los
altavoces” En Opinitatio, Sitio Web Especializado en Filosofía y Religión. http://usuarios.iponet.es/ddt/elolvido-c.htm
Y En A Parte Rei
45, Mayo 2006. Revista de la
Sociedad de Estudios Filosóficos de Madrid. http://serbal.pntic.mec.es/~cmunoz11/vasquez45.pdf “Peter
Sloterdijk; la música de las esferas y la era antropotécnica” http://www.konvergencias.net/musicaps01.htm “Peter Sloterdijk
¿dónde estamos, cuando escuchamos música?” http://www.konvergencias.net/musicaps.htm En Konvergencias,
Filosofía y Culturas en Diálogo, Número 12 Año III Mayo 2006. Artículo, 'Peter
Sloterdijk; Esferas, helada cósmica y políticas de climatización' En Eikasia
Revista de Filosofía, julio 2006, Oviedo, España. ISSN: 1885-5679,
En prensa. Artículo, 'Peter
Sloterdijk; El post-humanismo: sus fuentes teológicas y sus medios técnicos',
En Revista
Observaciones Filosóficas Nº 3, 2006 http://observaciones.sitesled.com/posthumanismo.html Artículo, “Peter
Sloterdijk: de las 'Normas para el Parque humano' a la biotecnología y el
discurso del posthumanismo” http://usuarios.iponet.es/ddt/biotecnologia.htm Sitio Web
Especializado en Filosofía y Religión,
Barcelona, 2006. y Revista
TEOREMA, Departamento de Filosofía, Universidad de Murcia, En Comité
Editorial. Artículo, “Música
concreta y Filosofía; Registros polifónicos de John Cage a Peter Sloterdijk”.
En Revista de Humanidades: Tecnológico de Monterrey, En Prensa, Edición de
julio. Edición impresa y digital. Artículo “Peter
Sloterdijk; El Desprecio de las masas,
consideraciones en torno al poder” En Observaciones Filosóficas Nº 3,
2006, Y En consejo Editorial de Revista
Filosofía del Derecho (RTFD), Universidad Carlos III de Madrid
(España, UE).
(1) CANETTI, Elías (1960), Masa y poder, Ed. Alianza, Muchnik, Madrid, 1997, p. 16 (2) ORTEGA Y GASSETT, José, La Rebelión de las masas, Alianza Editorial, Madrid, 1993. (3) FREUD, S. Psicología de las
masas y análisis del yo, 1921. (4) TARDE, G. “Les foules et les sectes criminelles” [1898], en L'Opinion
et la Foule, París, Presses Universitaires, 1989, p. 145 - (trad. esp.:
La opinión y la Multitud, Madrid, Editorial Taurus, 1986, p. 31. (5) TARDE, G. “Les foules et les sectes criminelles” [1898], en
L'Opinion et la Foule, París, Presses Universitaires, 1989, p. 145 - (trad.
esp.: La opinión y la Multitud, Madrid, Editorial Taurus, 1986, p. 70 (6) Ibid. (7) Ibid. (8) ORTEGA Y GASSETT, Jose, La Rebelión de las masas, Alianza Editorial, Madrid, 1993. (9) GIRARD, René, La violencia y lo Sagrado,
Editorial Anagrama, Barcelona, 1995, p. 15 y sgtes. (10) SLOTERDIJK, Peter, El desprecio de las masas.
Ensayos sobre las luchas culturales de la sociedad moderna, Pre-textos,
Valencia, 2001, pp. 17-18. (11) ŽIŽEK, Slavoj, Las metástasis del Goce. Seis
ensayos sobre la mujer y la causalidad, ed. Paidos, Buenos Aires, 2003 (12) ŽIŽEK, Slavoj, El sublime objeto de la ideología. Siglo XXI editores, Buenos
Aires, 2003, pp 56-57 (13) CANETTI, Elías (1960), Masa y poder, Ed. Alianza, Muchnik, Madrid, 1997. (14) FREUD, Sigmund, Totem y Tabú, Ed.
Amorrortú. 1988. Buenos Aires. (15) Canetti, en cambio, además de las masas de acoso, distingue otros cuatro tipos de masas: las
masas de fuga, las masas de
prohibición, las masas de inversión, y las masas festivas. (16) El término muta procede del francés 'meute', que
actualmente sólo significa "jauría" (grupo de perros cazadores),
pero que en francés antiguo conservaba todavía la acepción del étimo latino
movita, con el significado de "alzamiento" o
"levantamiento" que hoy tendría la palabra motín. (17) CANETTI, Elías (1960), Masa y
poder, Ed. Alianza, Muchnik,
Madrid, 1997. (18) KRACAUER, Siegfried, De Caligari a Hitler. Una historia
psicológica del cine alemán, Paidós, Barcelona, 1995., p.18 (19) KRACAUER, Siegfried, De Caligari a Hitler. Una historia
psicológica del cine alemán, Paidós, Barcelona, 1995., p.192 (20) LOTERDIJK, Peter, El desprecio
de las masas. Ensayos sobre las luchas culturales de la sociedad moderna,
Pre-textos, Valencia, 2001, p. 25 (21) Ver Artículo “El artista como
dictador social y el político como escenógrafo” de Adolfo Vásquez Rocca, En Psikeba, Revista de Psicoanálisis y Crítica cultural, Buenos Aires y Rosak. Con la colaboración
de la Lic. Rosa Aksenchuk de la
Universidad de Buenos Aires. http://www.rosak.com.ar/textos/el_artista_%20como_dictador_social.htm (22) ARENDT, Hannah, Los orígenes del
totalitarismo. Alianza Universidad, 1987. (23) SLOTERDIJK, Peter, Si Europa
despierta, Editorial Pre-Textos, Valencia, 2004 |
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