Konvergencias, Filosofía y Culturas en Diálogo. ISSN 1669-9092 |
Número
12 Año III Mayo 2006 |
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PETER SLOTERDIJK; LA MÚSICA DE LAS ESFERAS Y LA ERA ANTROPOTÉCNICA. Adolfo Vásquez Rocca (Chile) |
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¿Quién es Peter Sloterdijk? La nueva estrella de la filosofía mundial,
que dirige la Universidad de Karlsruhe. Célebre por su ya legendaria 'Crítica
de la razón Cínica'(i). Un visionario, un “nuevo y genial
Nietzsche”, el filósofo alemán más célebre después de Jürgen Habermas o el
supuesto responsable -a través de la publicación de su "Reglas para el
Parque Humano" de abrir las puertas a la eugenesia y con ello convocar
los fantasmas del nacionalsocialismo -que aun se ciernen sobre el
inconsciente colectivo de Alemania, que reviven con el anuncio de una era
antropotécnica caracterizada por los experimentos(ii) y la manipulación genética.
De una gran cultura filosófica, bella retórica -consciente de su afinidad
con la música- y un estilo provocador. Sloterdijk enfrenta los problemas de su tiempo
con las armas de un fenomenólogo agudo, atento y perspicaz, que desea
escribir una “ontología de nosotros mismos”. Su independencia le lleva,
sin reparos, no sólo a mostrar
su vasta discrepancia con “el sueño ilustrado”,
sino que además a hacer suyas las propuestas de filósofos incómodos
y no siempre bienvenidos en Alemania: Nietzsche y Heidegger.
1.
Sobre la huida del mundo desde la perspectiva antropológica. La música que atesoramos, que
nos habita y secuestra, provoca un ahondamiento, una receptividad hacia
emociones que de otro modo nos serían desconocidas. Los intentos de
desarrollar una psicología, una neurología y una fisiología de la influencia
de la música sobre el cuerpo y la mente se remontan a Pitágoras y la magia
terapéutica, pasando por Schopenhauer y Nietzsche, hasta llegar a Sloterdijk,
quien plantea como basamento de este interrogar, como pregunta estrictamente
filosófica, exploratoria de la experiencia musical: ¿dónde estamos,
cuando escuchamos música? A la que
podríamos añadir ¿a dónde nos dirigimos cuando escuchamos música? O, mejor aún, ¿hacia dónde somos
conducidos? La música puede invadir y
sensibilizar la psique humana ejerciendo una especie de secuestro del ánimo,
con una fuerza de penetración y éxtasis, tal vez sólo comparable a la de los
narcóticos o a la del trance referido por los chamanes, los místicos y los
santos. No es casual que la palabra alemana Stimmung signifique “humor” y
“estado de ánimo”, pero también comporte la idea de “voz” y “sintonía”. Somos “sintonizados” por la música que se
apodera de nosotros(iii). La música puede transmutarnos, puede
volvernos locos a la vez que puede curarnos. La importancia de la música en
los estados de anormalidad del ánimo es un hecho reconocido incluso en el
relato bíblico donde David toca para Saúl.
Las estructuras tonales que llamamos 'música' tienen una estrecha
relación con las formas de sentimiento humano –formas de crecimiento y
atenuación, de fluidez y ordenamiento, conflicto y resolución, rapidez,
arresto, terrible excitación, calma o lapsos de ensoñación– quizás ni gozo ni pensar, sino el patetismo
de uno u otro y ambos, la grandeza y la brevedad y el fluir eterno de todo lo
vitalmente sentido. Tal es el patrón,
o 'forma lógica', de la sensibilidad, y el patrón de la música es esa misma
forma elaborada a través de sonidos y silencios. La música es así “una analogía tonal de la
vida emotiva” (iv). La música es el arte de la
personificación, de la escenificación de las emociones. La música cumple una
función política y religiosa, incluso “sagrada”, de cohesión del cuerpo
social; la utilización de medios de amplificación del sonido se inscribe en
una estrategia de ruptura con los códigos identitarios, con la eclosión de la
heterogeneidad, con la producción de una animosidad colectiva. Los himnos han
equilibrado la nostalgia, han acallado el estupor e incluso enjugado lágrimas, evitando la disolución de los sujetos y
contribuido a la conservación de lo humano en un solo cuerpo tonal. Así, en las edades, en la sucesión
histórica, en el progresivo deterioro de las sociedades, en las épocas de
fatiga y devastación, en los tiempos
de asolamiento, de la caída de imperios y la irrupción de las hordas, cuando
los tiempos amenazaban hacerse demasiado sonoros, allí irrumpía el genio, el
músico que insertaba, contra el positivismo de orquesta y la obstinación de
los compositores, recogimiento, silencio y secreto. Restaurando la armonía
global. 2. El metafísico animal de la ausencia. El desarrollo sin precedentes
de la música occidental sólo se puede comprender desde la necesidad de
producir un sucedáneo de amplitud cultural convincente para el refugio perdido al que Sloterdijk refiere cuando
describe nuestra condición de expatriados que el
drama de la vida supone, ese forzoso y
continuo abandono de los espacios íntimos en los que habitamos seguros, como nuestro impremeditado surgir y afrontar el mundo fuera del seno
materno, extrañamiento difícilmente
analizable por los restos de memoria prenatales, pero que nos acompaña con su
eco sordo. Todos hemos
habitado en el seno materno un continente desaparecido, una “íntima
Atlántida” que se sumergió con el nacimiento, no en el espacio, desde luego,
sino en el tiempo, por eso se necesita una arqueología de los niveles
emocionales profundos. A
esto apunta Sloterdijk con su Trilogía Esferas(v) cuando
comienza convocando los sentidos,
las sensaciones y el entendimiento de lo cercano; aquello que la filosofía
suele pasar por alto: el espacio vivido y vivenciado. La experiencia del
espacio siempre es la experiencia primaria del existir. Siempre vivimos en
espacios, en esferas, en atmósferas. Desde la primera esfera en la que
estamos inmersos, con “la clausura en la madre”, todos los espacios de vida
humanos no son sino reminiscencias de esa caverna original siempre añorada de
la primera esfera humana. Sloterdijk,
dota de contenido el ser-ahí en el mundo de Heidegger. El miedo
originario es indicativo de una catástrofe de la audición; el miedo frente a la muerte de la música
congénita, el miedo al espantoso silencio del mundo tras la separación del
medio materno. Este accidente auditivo
original es el fondo sobre el que se sitúa la posibilidad de toda nueva
escucha musical. Si durante las
experiencias “esporádicas” de gran miedo nos sobrecoge la presencia de la
nada, su sonido está oculto y suprimido con lo existente en general. El ser-ahí en el mundo quiere siempre decir
un ser expuesto en una esfera donde, por primera vez, la no-música es
posible. El que ha nacido ha perdido
el tono del continuum acústico profundo del instrumento -organum- materno.
El penetrante estremecimiento del miedo proviene de la pérdida de
aquella música que ya no oímos más cuando estamos en el mundo. Una lectura atenta del enigmático discurso
de Heidegger permite ver que el miedo del que se habla no puede ser otro que
el miedo a la muerte de la música congénita, el miedo al espantoso silencio
del mundo tras la separación del medio materno. Todo lo que después haya de ser música
creada proviene de una música resucitada y reencontrada que también evidencia
el continuum hacia su destrucción.
Música reencontrada es reanudación del continuum hacia su
catástrofe. Cuando ya no son audibles
el latido cordial y el susurro visceral del instrumento musical primario,
entra en escena la urgencia del pánico de existir. Allá en la suspensión vacía “en el mundo”,
sólo se abre una vastedad inquietantemente silenciosa donde se ha suprimido
el continuum acústico de la musica materna.
El trauma acústico del solitario ser parido lo mantiene en una
situación de extrañamiento, de nostalgia de aquel que fue su propio y primer mundo sonoro, interior y
total. Así, con Sloterdijk, se
entiende cómo es que Heidegger pudo abrigar la convicción de que, tras los
bastidores ruidosos del vivir activo, “duerme” el viejo pánico, el miedo a un
silencio terrible. Es en este sentido que la
música nos asiste terapéuticamente, otorgándonos la posibilidad del
repliegue, nos abastece en nuestra necesidad de huida del mundo. La ofensiva sonora artística contra el
ruido del mundo exterior ha alcanzado en este siglo una intensidad sin par en
toda la historia de la especie. Pero,
diversamente al desierto, que ayudaba a liberar lo interior, la
musicalización mediática de todos los espacios inunda las últimas lagunas de
interioridad: olvido del ser desde todos los altavoces(vi), banal falta de mundo en cada casa y a todas horas del
día. Desde que hay auriculares, el
principio de desconexión del mundo progresa en el moderno consumo musical
también a escala de los aparatos. A
partir de todo esto, va siendo cada vez más próxima una evolución
drogoteórica de todas las formas de ambientes más “sutiles” en la
modernidad. Hoy, difícilmente podría
darse un fenómeno de cultura contemporánea en donde no se manifestaran
vestigios de técnicas cuasi musicales de distanciamiento del mundo. El más moderno cocooning(vii),
las emigraciones masivas de sujetos modernos al inaccesible interior de
retiros, juergas y simbiosis, no sería posible sin la inmersión en el menú
tonal de la instalación sonora. Distanciamiento del mundo es el mínimo común denominador
de la sociedad poliescapista.
La era de la falta de albergue
metafísico, por recordar la definición de modernidad de Lukács, generaliza
el hábito de la huida, de la evasión de no poder o no querer escucharse.
Así los hombres que no pueden escuchar su silencio carecen
de aquella música interior que vivifica de un modo supramundano.
Es un repliegue no escapista sino más bien de albergue acústico
en el regazo espiritual del eco de aquel soplo original mediante
el cual fuimos forjados. Luego ya arrojados a un mundo
que nos vela nuestra filiación, nos vemos forzados a proveemos de nuevos
pasaportes que nos permitan volver del extrañamiento de nuestra patria,
convirtiendo así la vida en viaje, en un difuso periplo, donde el viaje mismo
se torna instrumento de gracia. Somos
seres transidos, en circunstancia de viaje, de huida o retorno. En este mundo no hay sino exiliados, de ahí el
sentimiento de que que el viaje podría redimirnos, como lo ha hecho constar
el artista ruso de vanguardia Ilya Kabakow(viii) en una conversación con el crítico Boris Groys. “En mi se ha
desarrollado la disposición a no encontrarme en mi sitio. Siempre me fue una experiencia
especialmente grata el no estar en donde fuera. Cuando viajo, el gusto anticipado de irme de
aquí ya me hace feliz. Está claro que
es un trauma infantil por la falta de deseo de nacer. El mundo a donde vine y mi figura, en la
que fui parido, no me satisface nada.
No me gusta mi aspecto y no me identifico con él. Todavía recuerdo
que, cuando vi mi hechura por primera vez en el espejo, gemí de dolor: no
podía concebir que yo fuera ése. Ése es el deseo de largarme de mi cuerpo, de
mis cosas, de mi casa [...] No tengo casa, siempre me encuentro de paso. De
alguien así se suele decir: no se halla en ningún sitio”.(ix)
3. ¿Dónde estamos, cuando
escuchamos música? ¿Dónde
estamos cuando escuchamos música? La presencia no tiene por qué ser algo que
demos por supuesto. El hombre, como señala Sloterdijk, es más bien "el
metafísico animal de la ausencia". La
presencia se refiere a estar en el mundo y estar en el mundo de los sentidos.
Pero para poder apreciarla es necesario haberse ausentado antes. Es como la
vuelta a la naturaleza o a la vida en el campo. No es apreciada o sentida
como tal hasta que es "regreso". Podría ser la presencia como el
darse cuenta del mundo exterior sin pantallas intermedias. ¿Hay quién soporte
eso de forma continuada? Peter Sloterdijk habla de "la autoexperiencia
pánica del acto de presencia". Y
la ausencia sería como darse cuenta del mundo interior, igualmente sin
interferencias de una capa intermedia, como si esa zona de fantasías,
anticipaciones, deseos, etc, interviniera para mitigar la intensidad de la
presencia o de la ausencia. Casi sería posible pensar en la evolución del
hombre occidental como la historia de su alejamiento del mundo externo y del
mundo interno a través de la inflación de esa capa intermedia. Esto
reconocería a esa capa una función que ha permitido el desarrollo tecnológico
y científico así como el arte, la literatura, la música, al igual que los
mecanismos neuróticos han tenido originariamente una función adaptativa. En
el momento actual se da una gran contradicción. No existen ritos de ausencia validados(x) -como la práctica de subirse a una columna y permanecer
ascéticamente allí y, al mismo tiempo, existe mucha mayor ausencia
de uno mismo en la vida cotidiana. ¿Cómo estar comiendo y viendo la
televisión al tiempo, por ejemplo, con imágenes de cadáveres desmembrados? No
es extraño, por tanto, que la disociación sea, en sus diferentes
manifestaciones, una patología en auge. Algo
muy distinto de nuestra experiencia actual. ¿Cómo soportamos una continua y
forzada presencia en el mundo? En un
mundo que aparece como exigencia y demanda permanente. Tal vez con drogas, alcohol o música. Con
la musicalización mediática de la que habla Sloterdijk cuando anuncia el
"olvido del ser desde todos los altavoces"(xi). Aún
en el máximo contacto se puede tener una gran dosis de ausencia, como la
soledad de las grandes ciudades. Nos encerramos dentro de una campana sonora
específicamente humana: devenimos miembros de una secta acústica. Vivimos en
nuestro ruido y, desde siempre, el ruido común ha sido la realidad
constitutiva del grupo humano. Hoy, por primera vez en la historia, los
humanos estamos rodeados de aislantes acústicos. En otras palabras, el
habitante de cada departamento decide qué oirá o escuchará. Es una de las
grandes realidades de nuestra época. Las
drogas ofrecen una descripción de lo que sucede con la polaridad
presencia-ausencia: cada uno de los extremos de la polaridad contiene al
otro. Las drogas se utilizan en muchas culturas para intensificar la
presencia. Una utilización incompatible con la adicción. De un conjuro de un
festín nórdico recoge Sloterdijk un relato con una "bebida que tenía un
hondo propósito".... "los hombres se saturan de fuerza"...
"el tiempo se dilata de manera insoportable"...Pero nuestras drogas
actuales (el alcohol, los alucinógenos), nos sirven sobre todo para escaparnos
de nosotros mismos, para ausentarnos.(xii)
4. Experimentos con uno mismo; la escucha de sí. El pensador cree que él es
indudable, en cuanto y en tanto piensa.
Pero no se da cuenta que su 'llegar a sí' depende de su 'escucharse a
sí'. No tiene presente, que sólo por
eso puede estar seguro de sí mismo y de su pensamiento, porque hay un
escucharse que precede a su “pensarse”. Se queda absorto en el contenido del
pensamiento, sin reparar nunca en que su yo-pienso-existo, en verdad,
significa un yo-escucho-algo-en-mí-hablar-de-mí-(xiii). Si esto se
percibe, el sentido del cogito se altera de raíz. El mínimo sonido interior de la voz del
pensamiento, si es escuchado y, con ello, hecho íntimo, es la primera y única
certeza que puedo adquirir en mi autoexperimento. El
escucharse parece ser así, el fundamento de toda intimidad y por tanto
lo determinante de todo espacio propiamente humano. NOTAS (i)
SLOTERDIJK, Peter, Crítica de la
razón cínica, Siruela, Madrid, 2004. (ii) SLOTERDIJK, Peter, Experimentos con uno mismo, Editorial
Pre-Textos, Valencia, 2003. (iii) DORFLES, Gillo, Elogio de la Inarmonía,
Editorial Lumen, Barcelona, 1989, p. 38. (iv) LANGER, S. K., Sentimiento
y forma, Universidad Nacional Autónoma, México, 1967, p. 35 (v) SLOTERDIJK,
Peter, Esferas I Burbujas.
Microsferología, Esferas II. Globos. Macroesferología,. Siruela, 2004. (vi) SLOTERDIJK, Peter, Extrañamiento del mundo, Editorial
Pre-textos, Valencia, 2001, p. 119 (viii) Escultor, instalador y artista conceptual ruso. Nació
en Ucrania en 1933. Estudio artes gráficas en el Instituto de Arte Surikov de
Moscú. Su trabajo como artista plástico se inicia como ilustrador. Entre sus
obras destacan la serie de murales Schek
Art. Realizó una exposición ficticia en el museo Pushkin a la que
irónicamente llamó " Volar con alas". Ha participado en varias
bienales internacionales, con trabajos como “El hombre que salto al cosmos”.
En 1993 se traslada a Nueva York. (ix) KABAKOW Ilya, Boris Groys, Die
Kunst des Fliebens, Munich 1991, pp. 119 – 120. (x) Hubo tiempos en que la moda
disociativa (es decir, la manera de ausentarse) era subirse a una columna y
permanecer ascéticamente allí; representaba el triunfo sobre el mundo, el
hombre extasiado sobre su columna ya estaba en otro sitio; en este caso con
Dios mismo. (xi) SLOTERDIJK, Peter, Extrañamiento del mundo,
Editorial Pre-textos, Valencia, 2001 (xii) VÁSQUEZ ROCCA, Adolfo, “Peter Sloterdijk; Extrañamiento del mundo; Abstinencia, drogas y ritual“ Cuaderno de Materiales,UCM. http://www.filosofia.net/materiales/num/num22/Sloterdijk.htm (xiii) SLOTERDIJK, Peter, Extrañamiento del mundo,
Editorial Pre-textos, Valencia, 200, p. 301 |
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