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LA
INFLUENCIA DE NIETZSCHE SOBRE FREUD
Adolfo
Vásquez Rocca |
F.
Nietzsche
El
fenómeno de sobre-interpretación es propiciado por nuestra tendencia
natural a pensar en términos de identidad y semejanza. Actuamos así
porque cada uno ha introyectado un principio incontrovertible, a saber
que, desde cierto punto de vista, cualquier cosa tiene relaciones de
analogía, contigüidad y semejanza con todo lo demás. Pero la
diferencia entre la interpretación sana y la interpretación paranoica
radica en reconocer que esta relación es mínima y no, al revés,
deducir de este mínimo lo máximo posible. Para leer el mundo y los
textos sospechosamente, es necesario haber elaborado algún tipo de método
obsesivo. La sobreestimación de la importancia de los indicios nace con
frecuencia de una propensión a considerar como significativos los
elementos más inmediatamente aparentes, cuando el hecho mismo de que
son aparentes nos permitiría reconocer que son explicables en términos
mucho más económicos.
Los textos deben ser leídos – de acuerdo a esta perspectiva – a la
luz de otros textos, personas, obsesiones y retazos de información.
“Sólo se puede cotejar una frase con otras frases, frases con las que
está conectada mediante diversas relaciones inferenciales y laberínticas”.(2)
La prosecución de intencionalidades ocultas ha movido a todos los
escritos y prácticas del psicoanálisis desde Freud hasta hoy; pero sin
reparar en los límites que debería tener la técnica de la asociación
libre, principio articulador del que depende.
A este respecto Wittgenstein cuestionaba la arbitrariedad y mera
convencionalidad que caracterizaba la praxis del psicoanálisis, y las
metáforas de las que se valen las corrientes psicológicas y psiquiátricas
para validar sus teorías ante la comunidad científica.
En cuanto al procedimiento de las cadenas asociativas, cada unidad en la
cadena puede convertirse en el punto de partida de un conjunto ilimitado
de relaciones. Por lo que la decisión del analista de interrumpir la
progresión de recuerdos y connotaciones que se despliega es, en una
palabra, arbitraria.
El problema radica en la creencia de que “la siguiente asociación ya
no dicha, o la siguiente serie de imágenes habría podido ser la
crucial, la clave para hallazgos más profundos”(3). Esta situación
comporta dos problemas: uno que ya esbozado por Wittgenstein cuestiona
las metáforas que el psicoanálisis no trata como tales, y que
ciertamente son útiles para la comprensión de ciertos fenómenos, pero
que no deben ser entendidas dogmáticamente. El otro problema dice
relación con la práctica terapéutica, aquel es el de establecer un límite
bien fundamentado a la asociación libre; cuestión que, al parecer, es
insoluble. Siempre se puede decir algo más sobre las experiencias de la
vida, por lo que la lectura en profundidad se convierte en una
posibilidad que obsesiona y extralimita los procesos de interpretación,
incurriendo, con ello en un flagrante caso de sobreinterpretación.
L.
Wittgenstein
Aquí
no es difícil notar la similitud de los escritos de Freud con la
exégesis rabínica. En la libre asociación el descubrimiento de un
significado real que pueda tener alguna patología, es exiliado por
la profusión de relaciones que pueda tener con otros significados.
La creencia de que siempre se puede ir más a fondo produce una diseminación
de la experiencia que puede terminar por fragmentar al sujeto, amparados
bajo el supuesto de que es necesario descubrir más y nuevos estratos
del inconsciente para así realizar una lectura certera.
El mismo Freud ya había advertido algunos de los excesos que se
podían cometer, y se estaban cometiendo en el psicoanálisis. En
su artículo Análisis interminable y terminable intenta enfrentarse
a este dilema. Reconoce que el proceso psicoanalítico de asociaciones
verbales no tiene fundamento teórico, y que la única respuesta razonable
es pragmática y profesional (4),
únicamente una cuestión de praxis. Es característica de la indiferencia
de Freud con respecto a la naturaleza del lenguaje mismo, siendo
el lenguaje la materia prima y el instrumento exclusivo de todo
psicoanálisis freudiano.
Esto nos ayuda a advertir una cierta disociación que habría entre
la teoría psicoanalítica y su práctica terapéutica; y también a
concebir al psicoanálisis como una teoría de la cultura y el hombre
que reflexiona desde el cuerpo como centro de gravedad de la existencia,
donde comparecen todas las determinaciones mentales, emocionales
y físicas en una sola unidad.
Ahora bien en su aspecto negativo la praxis del psicoanálisis “se
ha convertido en una institución burguesa”(5) como ir a la universidad,
asistir a las piezas teatrales de Broadway, ver televisión y concurrir
a los grandes centros comerciales a cumplir con los rituales del
consumo; consumo en todo orden, desde hamburguesas hasta el último
film de moda. “El tratamiento psicoanalítico no pone en tela de
juicio a la sociedad, nos devuelve al mundo algo más capaces de
soportarlo y sin esperanzas. De este modo, el psicoanálisis se entiende
como antiutópico y antipolítico”(6). En tanto intenta moldear al
individuo a la sociedad para entregarlo algo más dócil y sonriente.
Si nos preguntamos, ya profundizando nuestra lectura crítica del
psicoanálisis como institución burguesa, el porqué del empeño pertinaz
del psicoanalista en convencer al obseso religioso, al militar histérico
o al fóbico padre de familia de que su Dios severo, su general inmortal
y su hijo perverso no son sino figuras distorsionadas de papá, si
nos preguntamos por las credenciales o omnipotencia del paralelismo
familiar, por la pervivencia del poderoso modelo paternal, podemos
apuntar un hecho que, sin proporcionar, desde luego, una respuesta,
sí puede introducirse como curiosidad ilustrativa: el modo en que
ese modelo regía en la sociedad psicoanalítica, el reparto de anillos
y consignas entre los terapeutas vieneses a la muerte de Freud.
No se puede descartar que una de estas consignas hubiera sido la
de reducir y extender todos los delirios al marco de las significaciones
parentales, y su secuela.
Un trabajo de capital importancia(7) ha sido dedicado al estudio
de esa secuela por Deleuze y Guattarti, y es un tema que rebasa
por completo los límites de lo que quisiera ser este texto.
Diremos sólo que el psicoanálisis pisa un terreno peligroso, un
terreno donde “la Medicina se convierte en Justicia y la terapia
en represión”.(8)
Justicia y represión que han sido constantes en el tratamiento de
la (enfermedad mental y que tienen un carácter similar en el psicoanálisis
científicas) en cuanto a motivaciones; porque no hablamos sólo del
tratamiento dado a la enfermedad desde el punto de vista clínico,
sino del tratamiento desde el punto de vista de la teoría científica.
La psicosis ocupa respecto del psicoanálisis el mismo lugar del
escollo que el problema del Estado en el marxismo. En ambos casos
la coletilla es la burocratización, el culto a la personalidad –frase
que aplicada a la psicoterapia analítica adquiere un sentido lúcidamente
nuevo–, la dogmatización del método y su infección del liberalismo.
Es
esa ponderada (humanización) de la locura lo que obliga a la Medicina
justiciera a instaurar una terapia represiva (9).
Desde la erradicación territorial hasta la codificación científica,
pasando por el confinamiento, el loco ha recorrido un largo camino de
fiscalización de la razón contenida en un código penal implícito,
esgrimido con una finalidad relevante para los controles de la cultura;
y el psicoanálisis ha sido incapaz de rebatir la tradición, no tanto
por lo precario de su innovación como por lo desgraciado de su
restauración.
Conceptos como posesión demoníaca, enfermedad mental, o esquizofrenia,
nos hablan de una sociedad, de una civilización y de una cultura, de
sus temores y de sus ambiciones, pero en absoluto dicen nada sobre la
persona del enfermo, y mucho menos sobre lo específico de la
enfermedad.
Es así como los textos proliferan como lo haría una comunidad desde un
gueto. Pues también es una pugna entre culturas limítrofes, entre
xenofobia y cosmopolitismo. Por ejemplo, toda una teoría del alma
humana y la cultura surgió a partir de la lectura sexual y de la
infancia que hiciera Freud. Trasladó una serie de fenómenos psicológicos
y sociales y los puso bajo un prisma inusitado para su sociedad: la
sexualidad como tabú, como algo que a todos interesa pero de lo que
nadie habla. Le brindó a los fenómenos una única direccionalidad y
acabó por constituir un enorme campo de interpretaciones. Instituyó La
producción industrial de la conciencia, al modo foucaultiano, esto es,
con dispositivos de control, tecnologías del yo en el diseño y
producción de individuos. Así Freud esta a la base de las sociedades
paranoicas, donde la policía del pensamiento vigila para sancionar
cualquier síntoma de histeria, cualquier tipo de reacción neurótica,
todos los traumas –hasta el más leve desliz– quedara en el
inventario de las patologías sancionadas por el Estado Terapéutico.
Pero al segundo Freud, el de El principio del placer, se le encuentra
desencantado con la burguesía, allí El malestar en la cultura asumió
ribetes biográficos de pesimismo narcótico, marcado por las pulsiones
tanáticas y los impulsos autodestructivos. El segundo Freud, el crítico
y subversivo nunca ha sido validado por el establishment. Más bien
sigue prevaleciendo la versión soft y diluida del psicoanálisis, ignorándose
el sentido primigenio de esta teoría, que como bien se sabe, tiene
precursores a dos de los autores malditos por el canon occidental, me
refiero a Nietzsche y a Sade. De allí que el segundo Freud goce de tan
mala prensa.
F.
Nietzsche
Nietzsche
y la sociedad psicoanalítica de viena.
Actas
Pero el hecho es incrovertible, Nietzsche está presente en los grandes
vuelcos de la teoría freudiana. Freud, en su correspondencia con
Fliess, alude secretamente a Nietzsche, con una íntima veneración,
escribe: "Ahora me he procurado a Nietzsche, en quien espero
encontrar las palabras para mucho de lo que permanece mudo en mí, pero
no lo he abierto todavía".
Fliess
Nietzsche
resultaba, para Freud, una figura inalcanzable: "Durante mi
juventud, Nietzsche significó para mí algo así como una personalidad
noble y distinguida que me era inaccesible".
Si fuera necesario agregar algo más a esta relectura, cabría decir que
las tesis de Nietzsche aparecieron en más de una ocasión en las
discusiones de los miércoles de la Sociedad Psicoanalítica de Viena
–lo cual fue consignado en las minutas del libro de actas–.
El 1º de abril y el 28 de octubre de 1908 la Sociedad de Viena dedicó
sendas sesiones a ocuparse de las obras de Nietzsche. En la primera de
ellas Hitschmann leyó un fragmento de "La genealogía de la
moral" de Nietzsche y propuso varias cuestiones para la discusión.
Freud, por su parte, contó, como lo hizo en otras ocasiones, cómo el
carácter abstracto de la filosofía en general le había chocado a tal
punto que había renunciado a estudiarla. Nietzsche no había influido
para nada en sus propias ideas. Había tratado de leerlo, pero su
pensamiento le había resultado tan exuberante que había renunciado a
la tentativa. En la segunda sesión Freud se explayó más acerca de la
sorprendente personalidad de Nietzsche. Aquí hizo una serie de
interesantísimas sugestiones que no quiero anticipar en este momento,
pero más de una vez afirmó que el conocimiento que Nietzsche tenía de
sí mismo era tan penetrante que superaba al de todo otro ser viviente
conocido y acaso por conocer. Para provenir del primer explorador del
inconsciente, es éste un hermoso cumplido.
F.
Nietzsche
Acerca
de un artículo de "Los criminales por sentimiento de culpa":
...Se trata de personas que sufren de un sentimiento de culpa profunda,
habitualmente desconocido y buscan alivio en la comisión de algún acto
prohibido. Amplios anticipos de este mecanismo hay en Así habló
Zaratustra. (10)
Ante un pedido de información sobre Nietzsche, dice Freud: Usted
sobreestima mis conocimientos acerca de Nietzsche.
...Luego ocurrió la muerte de Lou Andreas Salomé; Freud la había
admirado mucho y le tuvo gran afecto; cosa curiosa: sin ningún
"vestigio de atracción sexual". La describía como único
lazo real entre Nietzsche y él.
S.
Freud
Aquí
vale la pena llamar la atención sobre una correspondencia realmente
notable entre el concepto de Superyo y la exposición de Nietzsche sobre
el origen de la "mala conciencia". Dice Nietzsche:
Todos los instintos que no encuentran un desahogo son un "volverse
hacia adentro". Eso es lo que yo llamo una creciente
"internalización" del hombre: de ahí surgió en el hombre el
primer brote de lo que se llamó su alma. Todo el mundo interior del
hombre se partió en dos cuando la descarga externa quedó obstruida.
Estas terribles barreras de contención, con las que la organización
social se protegió contra los viejos instintos de libertad los castigos
pertenecen a esa barrera de contención trajo como resultado que todos
esos instintos del hombre salvaje, libre, aventurero, se volvieran
contra "el hombre mismo". La enemistad, la crueldad, el placer
en la persecución, en las sorpresas, el cambio, la destrucción, el
volverse estos instintos contra sus propios poseedores: esto fue el
origen de la "mala conciencia". Fue el hombre quien faltándole
enemigos y obstáculos externos, y aprisionado como estaba en la
estrechez opresiva y la monotonía de la costumbre, en su propia
impaciencia, lacerado, perseguido, corroído, perseguido y maltratado;
fue este animal en manos de su domador que se golpeó contra los
barrotes de su propia jaula; fue este ser quien languideciente, consumiéndose
de nostalgia por esa vida de que había sido privado, se vio impulsado a
crear desde las profundidades de su propio ser una aventura, una cámara
de tortura, un azaroso y peligroso desierto; fue este loco, este
prisionero lleno de nostalgia y desesperación quien inventó "la
mala conciencia". Pero por este camino introdujo esta gravísima y
siniestra enfermedad de la que la humanidad no se ha recuperado aún, el
sufrimiento del hombre por culpa de la enfermedad llamada
"hombre", como resultado de una violenta ruptura con su pasado
animal, el resultado, por decirlo así, de zambullirse espasmódicamente
en un nuevo ambiente y nuevas condiciones de existencia, el resultado de
una declaración de guerra contra los viejos instintos, que hasta ese
momento habían sido el sello de su poder, su alegría, su formidable
grandeza". (11)
Nietzsche describe así el proceso en unos términos filogenéticos que
Freud hubiera suscrito y que vislumbró en Tótem y tabú, pero en el
libro al que nos referimos, Freud se ocupó de este concepto en un nivel
profundamente ontogénico, señalando cómo la comunidad de la forzada
vida social está representada en la temprana infancia por el ejemplo de
los padres. Freud hubiera sostenido la continuidad de las dos fuentes:
la heredada y la adquirida, que por su naturaleza siguen un curso
parejo. Hitschmann había leído un trabajo de este libro de Nietzsche
en octubre de 1908, en la Sociedad de Viena, que dedicó a su discusión
dos noches. Es improbable que esto no haya dejado ninguna impresión en
la mente de Freud, si bien pasaron muchos años antes de que tal impresión
diera algún fruto.
Como fenómeno histórico cultural, el psicoanálisis es psicología
popular. Lo que en las alturas de la verdadera historia del espíritu
hicieron Kierkegaard y Nietzsche, es vuelto aquí más tosco en los
puntos más bajos y desviado nuevamente, correspondiendo al bajo nivel
de la mediocridad y de la civilización de las grandes ciudades. Frente
a la verdadera psicología es un fenómeno de masas, en consecuencia se
ofrece en una literatura de masas.
Cuando se dice que Freud "ha introducido la comprensión de los
extravíos psíquicos primera y decididamente en la terapéutica frente
a una psicología y a una psiquiatría que se había vuelto sin
alma", esto es equivocado. Primeramente esa comprensión existía
ya antes, si bien hacia 1900 quedó en el fondo; en segundo lugar fue
explotada por el psicoanálisis de una manera errónea, y finalmente ha
imposibilitado la repercusión inmediata en psicopatología de lo
propiamente grande (Kierkegaard y Nietzsche) y es culpable de la reducción
del nivel intelectual de toda la psicopatología.(12)
Freud volvió más toscos los pensamientos de Nietzsche, pero tuvo el mérito
de divulgarlos y hacerlos parte del sentido común, del habla empírica.
La expresión "sublimación" la ha tomado para la transposición
de la energía sexual instintiva en actuación en favor de rendimientos
en los dominios artísticos, científicos, caritativos y otros. Denomina
"conversión" a la aparición de manifestaciones corporales
debidas a causas psíquicas, y denomina "transformación" a la
aparición de fenómenos psíquicos de otra especie, por ejemplo la
angustia ante el instinto sexual.(13)
Es necesario establecer aquí el concepto que tiene Nietzsche sobre la
sublimación.
Nietzsche toma el término "sublimación" de la química, ya
que se designa así a la transformación directa de un sólido en gas,
sin pasar por el estado líquido (el ejemplo más común es la
naftalina). Así por ejemplo, con "sublimación" Nietzsche
expresa la misma metáfora de evaporación del instinto. Por ejemplo
dice: la conducta no-egoísta y la contemplación desinteresada, son
llamadas "sublimación", en las que el elemento fundamental
aparece casi volatilizado y sólo revela su presencia por la observación
más fina. Entonces la sublimación se presenta como un proceso ético,
esencial que consiste en ocultar sutilmente los instintos.
F.
Nietzsche
A
partir de este principio toda la crítica de la moralidad radica en un
análisis de las tácticas de sublimación cuyo fin es volver a obtener
el instinto. Esto equivale a invertir el proceso de sublimación,
reobteniendo el sólido a partir del vapor. Desde este punto de vista,
desde Aurora hasta La genealogía de la moral, Nietzsche no hace más
que deshacer los procedimientos de sublimación.
Para Nietzsche, el hombre es un ser enfermo y la enfermedad que padece
se llama moralidad, cuya forma histórica es el nihilismo. El remedio,
por lo tanto, no puede ser más que un hombre sobrehumano: así,
Nietzsche, al nombrar al superhombre, no hace más que enunciar el hiato
entre la enfermedad y la cura. Asimismo, se puede caracterizar al
superhombre como la figura de la cura o como el más allá de la
enfermedad, por lo tanto de la moralidad.
El superhombre es aquel que puede armonizar sus instintos naturales, es
la encarnación de la voluntad de poder, de la voluntad de vida y
"puede soportar la verdad más desnuda y más dura, la del eterno
retorno, según la cual todo regresará y regresará en el mismo orden,
siguiendo la misma implacable sucesión, de tal modo que el eterno reloj
de arena de la vida será volteado sin cesar.
NOTAS (1)
Adolfo Vásquez Rocca es Doctor en Filosofía por la Pontificia Universidad
Católica de Valparaíso, con Postgrado en la Universidad Complutense
de Madrid. Profesor de Antropología Filosófica en la Universidad
Andrés Bello.
(2)
RORTY, Richard, “El Progreso del Pragmatista”, en Interpretación
y Sobreinterpretación, Umberto Eco, ED. Cambridge University Press,
Madrid, 1997, Cáp.IV.
(3) STEINER, George, Presencias reales, Editorial Espasa calpe,
Buenos Aires, 1993, p.63.
(4) Ibid. p. 63
(5) SONTAG, Susan, Contra la interpretación , Editorial Alfaguara,
Buenos Aires, 1996, p. 333
(6) SONTAG, Susan, Contra la interpretación , Editorial Alfaguara,
Buenos Aires, 1996, p. 333
(7) DELEUZE y GUATTARI, La sagrada familia. En PARDO, José Luis,
Transversales. Texto sobre textos. Editorial Anagrama, Barcelona
España, 1977.
(8) FOUCAULT, Michel, Historia de la locura en la época clásica.
Editorial Fondo de Cultura Económica, México, 1967
(9) PARDO, José Luis, Transversales. Texto sobre textos. Editorial
Anagrama, Barcelona España, 1977, p. 110.
(10) F. Nietzsche, Así habló Zaratustra, Barcelona, Círculo de lectores,
1980, t. II, pág. 392.
(11) NIETZSCHE, F., La genealogía de la moral, Alianza Editorial.
Madrid.
(12) JASPER, Karl, Psicopatología general, Buenos Aires, Beta, 1963.,
pág. 419
(13) Ibid. Pág. 424.
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