Konvergencias, Filosofía y Culturas en Diálogo. ISSN 1669-9092 |
Número 1
Año I Septiembre 2002 |
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ERUPCIÓN DE LA VERDAD: ENTREVISTA CON RAIMON PANIKKAR Henri Tincq
(Francia) Traducción: Daniel López Salort |
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¿Cómo
explica la atracción occidental por las religiones y filosofías asiáticas, y
el miedo que esto produce en las iglesias occidentales? Uno
podría dar vuelta la pregunta y en su lugar preguntar por qué los ejercicios
occidentales tienen tanta atracción en el Este. La respuesta a su pregunta,
sin embargo, es que el Cristianismo contemporáneo ha prestado insuficiente
atención a muchos elementos claves de la vida humana, tales como la
contemplación, el silencio y el bienestar del cuerpo. Hay en esta atracción
un sano cachetazo por el Espíritu, el que está diciendo a las iglesias en
Occidente que despierten. El descubrimiento del otro, la búsqueda de una paz
mayor de la mente y la calma corporal, por la alegría y la serenidad, son
fuentes de renovación. La historia completa del Cristianismo es una de
enriquecimiento y renovación traído por elementos que llegaron de fuera de sí
mismo. ¿Navidad y Pascua, y casi todas las fiestas cristianas, no tienen un
origen no cristiano? ¿Habría sido posible formular las doctrinas cristianas
básicas sin la tradición helenística, en sí misma precristiana? ¿No existe
cada cuerpo viviente en simbiosis con su entorno externo? Entonces, ¿cuál es
el miedo? Si la iglesia desea vivir, no debería temer asimilar elementos que
llegan de otras tradiciones religiosas, cuya existencia hoy no puede ignorar
más tiempo. La prudencia, sin embargo, es un valor que debería ser mantenido;
ciertamente entiendo la voz de la autoridad católica cuando se levanta contra
la superficialidad general. ¿La
mayor parte de los conflictos en la sociedad contemporánea no vienen
precisamente del miedo de una destrucción de la identidad, un miedo que ha
llevado a todas aquellas formas de encierros religiosos llamados
integralismo? Alguien
quien teme perder su identidad ya la ha perdido. En Occidente la identidad
está establecida a través de la diferencia. Los católicos encuentran su
identidad en no ser protestantes o hindúes o buddhistas. Pero otras culturas
tienen otro modo de pensar sobre la propia identidad. La identidad no está
basada en el grado en el cual uno es diferente de otros. En las tradiciones
abrahamánicas (Judaísmo, Islamismo, Cristianismo), la gente busca a Dios en
la diferencia –en superioridad o trascendencia. Ser divinos significa no ser
humano. Para los hindúes, sin embargo, el misterio divino está en el hombre,
en lo que es tan profundo y real en él que no puede ser separado de ello, y
no puede ser descargado en la trascendencia. Este es el dominio de la
inmanencia, de la que el arquetipo espiritual; es llamado Brahman. En el
sistema hindú, la gente no teme perder su identidad. Pueden temer perder lo
que ellos tienen, pero no perder lo que ellos son. Estar temeroso es siempre
un mal signo. Cristo dice "Yo les doy la paz", y "No
teman". Los cristianos contemporáneos se sienten rodeados y están
temerosos de ser disueltos. Pero, ¿qué dice el Evangelio? "Ustedes son
la sal de la tierra". La sal tiene que disolverse para que el alimento
esté más sabroso. La levadura está allí para hacer que el pan se eleve. La
vocación cristiana es perderse uno mismo en los otros. Desde un punto de
vista institucional o disciplinario, puedo entender las reacciones de
prudencia de hoy en las iglesias. La fe cristiana aún nos dice que perdiendo
nuestra vida la ganamos. Es aquí que encuentro el sentido de la resurrección. Usted
cree en el diálogo interreligioso. ¿En qué condiciones puede ser exitoso? Terminaron
los días en que las religiones podían tomar refugio en una espléndida
soledad. En Europa, por ejemplo, la gente religiosa no puede por más tiempo
ignorar la existencia de millones de extranjeros con diferentes culturas que
ahora están viviendo aquí. No pueden por más tiempo ignorar el hecho de que,
en más de las tres cuartas partes de nuestro planeta, la religión dominante
no es el Cristianismo. Por lo tanto debe haber diálogo; la pregunta es, ¿de
qué clase? Debemos distinguir entre diálogos interreligioso y diálogo
intrareligioso. El primero confronta religiones ya establecidas y participa
con cuestiones de doctrina y disciplina. El diálogo intrareligioso es otra
cosa. No comienza con doctrina, teología y diplomacia. Es intra, lo que
significa que si no descubro en mí mismo el terreno donde el Hindú, el
Musulmán, el Judío y el ateísta pueden tener un lugar –en mi corazón, en mi
inteligencia, en mi vida-, nunca seré capaz de entrar en un genuino diálogo
con ellos. Tanto como no abra mi corazón y no vea que el otro no es otro sino
una parte de mí mismo, que me engrandece y me completa, no llegaré al
diálogo. Si te abrazo, entonces te entiendo. Todo esto es una manera de decir
que el diálogo intrareligioso real comienza en mí mismo, y que es más un intercambio
de experiencias religiosas que de doctrinas. Si no comienza en esta base,
ningún diálogo religioso es posible; es solamente charlatanería ociosa. ¿Pero,
cómo evita uno caer en un vago sincretismo religioso hecho de diferentes
expresiones de religión? Obviamente
estoy contra lo que es moda hoy, que parece ser ir de aquí para allá en busca
de satisfacción espiritual, y que termina llevando a ningún lado. La ruta de
diálogo que propongo es existencial, íntima y concreta. Su propósito no es
establecer alguna religión universal, terminar en alguna clase de Naciones
Unidas de la religión. Relean el Génesis: Dios destruye la Torre de Babel.
¿Por qué Dios no quiso un gobierno mundial, un banco mundial, una democracia
mundial? ¿Por qué Dios pensó que es mejor facilitar la comunicación entre
hombres y mujeres, para aquéllos que viven en una pequeña choza a escala
humana, con ventanas y calles más que en supercarreteras de información? Para
el cristiano, la respuesta está en la encarnación: porque el misterio divino
está hecho carne. Para el filósofo está en el hecho de que las relaciones
humanas permanecen en lo personal. Yo no tengo contacto humano con una
computadora, una máquina no es una persona. Por consiguiente, el diálogo
genuino entre las religiones debería ser este diálogo: entre usted y yo,
entre usted y su vecino; debería ser como un arco iris donde nunca estamos
seguro cuándo comienza un color y cuándo termina. ¿Pero,
puede uno todavía hablar de religión si uno no está convencido de poseer la
verdad? Bueno,
durante su juicio, a Jesús le fue preguntado "¿Qué es la verdad?",
y él no responde. O deja la respuesta en silencio. De hecho, la verdad no se
permite a sí misma ser conceptualizada. Nunca es puramente objetiva,
absoluta. Hablar sobre una verdad absoluta es realmente una contradicción de
términos. La verdad es siempre relacional, y el Absoluto (absolutus, no
relacionado), es lo que no tiene relación. La pretensión de las grandes
religiones de poseer la verdad absoluta solamente puede ser entendida en un
contexto limitado y contingente. No estar conscientes de nuestros límites nos
lleva al integralismo. Pero en orden de estar consciente de nuestros mitos,
necesitamos de nuestro vecino, y por lo tanto de diálogo y amor. La verdad es
antes que nada una realidad que nos permite vivir, una verdad existencial que
nos hace libres. No soy tan relativista como para creer que la verdad está
cortada en porciones como una torta. Pero estoy convencido que cada uno de
nosotros participa en la verdad. Inevitablemente, mi verdad es la verdad que
yo percibo desde mi ventana. Y el valor del diálogo entre varias religiones
es precisamente ayudarme a percibir que hay otras ventanas, otras
perspectivas. Por consiguiente necesito el otro para conocer y verificar mi
propia perspectiva en la verdad. La verdad es una genuina y auténtica
participación en el Dinamismo de la realidad. Cuando Jesús dice "Yo soy
la verdad", no me está pidiendo absolutizar mi sistema doctrinal sino
entrar en el camino que me lleve a la vida. ¿Sin
embargo, cuál es el punto de creencia y compromiso de la vida de uno a algo,
si no es el tema de defender la verdad de uno? La clase de diálogo religioso
que usted está pidiendo, el cual me llevaría, primero de todo, no a defender
las convicciones individuales sino a participar de experiencias, ¿no estaría
fácilmente reducido a una conversación amistosa? Sostengo
mi verdad, aún estoy listo para comprometer mi vida a eso y morir por eso.
Simplemente estoy diciendo que no tengo un monopolio de la verdad, y que lo
que es más importante es la manera en la cual usted y yo entramos en esa
verdad, cómo la percibimos y oímos. Tomás de Aquino dijo: "Usted no
posee la verdad; la verdad lo posee a usted". Sí, somos poseídos por la
verdad. Eso es lo que me hace vivo; pero el otro vive también, por virtud de
su verdad. No me empeño a mí mismo a defender mi verdad antes que nada, pero
la vivo. Y el diálogo entre religiones no es una estrategia para hacer una
verdad triunfante, sino un proceso de buscar y profundizar con otros. Las
iglesias cristianas pugnan por insertar el mensaje del Evangelio en la
diversidad de culturas. ¿Cómo es posible conciliar el respeto que usted tiene
por otras religiones y culturas con la necesidad, para un cristiano como
usted mismo, de inculturar el Evangelio? Es
de interculturación que nosotros necesitamos hablar –esto es, de un encuentro
entre tradiciones y culturas, y no de la implantación de un cultura en otra.
Sería solamente una prueba de colonialismo pretender que un mensaje
religioso, como el Nuevo Testamento, tiene el derecho y la obligación de
in-culturarse a sí mismo en todas partes, como si fuera algo supracultural.
La iglesia debería tomar más seriamente las culturas tradicionales
existentes, y trabajar para su mutua fecundación. ¿Cómo? Por los medios de la
inspiración mística, la que frecuentemente se pierde en su teología. Por
ejemplo, el mejor modo de explicar el "escándalo" del Cristianismo
al Hinduísmo clásico no es hablar sobre la Navidad o Jesús de Nazareth, sino
sobre el Cristo resucitado y aun de la Eucaristía. ¿Sabe usted que la
expresión que el Concilio de Trento del Siglo XVI usó para describir la
Eucaristía –"el único sacrificio que salva al mundo"- se encuentra
ya en un texto Védico que apareció 2000 años antes? En otras palabras, el
sacrificio que salva al mundo es antes que nada una clase de comercio entre
lo humano y lo divino, algo que el Hindú comprende tan bien como el
Cristiano. Creo en la encarnación, y pienso que después de las desventuras de
los pasados 2000 años de Cristianismo deberían detener el ser la religión del
Libro y devenir en la religión de la Palabra –una palabra que los cristianos
deberían oír de Cristo quien vive, como Pablo dice, Ayer, hoy y siempre.
Entonces su fe puede transformarse más en una experiencia personal. Y así lo
demás, pero buscarlas en su nivel existencial más profundo, humilde y
místico. La verdad cristiana no es el monopolio de una secta, un tratado
impuesto por una clase de monopolización, sino una erupción que ha existido
desde el comienzo de los tiempos, lo que San Pablo define tan bien como
"una misterio que ha existido desde el comienzo", y del cual
nosotros los cristianos conocemos solamente una parte muy pequeña. ¿Es
esa la razón por la que usted está llamando a un segundo Concilio de
Jerusalem, siguiendo el ejemplo del primero, el que decidió detener la
imposición de rituales judíos a los nuevos conversos? La
crisis hoy no es de un país, un modelo, un régimen; es una crisis de la
humanidad. Un concilio debería ser abierto, cuyos intereses no serían más
interesclesiásticos –participando sacerdotes, obispos, mujeres ordenadas,
etc.-, sino centrarse en problemas más esenciales. Tres cuartas partes de la
población mundial vive bajo condiciones inhumanas. ¡La humanidad está en tan
grande angustia e inseguridad que sus líderes creen que deben tener 30
millones de hombres armados! La iglesia no debe ser un extraña a esas
angustias, a una injusticia tan institucionalizada. No puede permanecer sorda
a los llantos de la gente, especialmente del humilde y del pobre. El concilio
que yo propongo ciertamente no sería exclusivamente cristiano sino ecuménico,
en el sentido de que daría oídos a otras cosmologías y religiones. Su
propósito sería determinar cómo el Espíritu está inspirando a la humanidad a
vivir en paz, y dar a luz las buenas nuevas de la esperanza. N.T.
Esta entrevista fue realizada por Henri Tincq, Editor en Religión de Le
Monde, traducida al inglés por Joseph Cunneen, coeditor de Cross
Currents, y que reprodujera el Christian Century Foundation, IL,
2000. De aquella versión se ha traducido al español. |
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