Konvergencias, Filosofía y Culturas en Diálogo. ISSN 1669-9092 |
Número
10 Año III Octubre 2005 |
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BAUDRILLARD vs. MATRIX: LAS ILUSIONES SIMULADAS Un ensayo en torno a la
viabilidad de los actores en un mundo isotrópico Antonio Dopazo Gallego
(España)
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Hace
ya algún tiempo que la trilogía Matrix produjo
uno de esos extraños episodios en los que una temática fuertemente arraigada
(o, en el peor de los casos, inspirada) en la filosofía se hermana con la
cultura de masas para crear un tremendo éxito comercial. En plena explosión
de la saga, cualquier ensayo o libro que tuviera ligeramente que ver con ella
era convertido en fetiche y devorado por los adeptos. No es de extrañar, por
tanto, que el filósofo francés Jean Baudrillard se viera inmiscuido en esta
vorágine. Después de todo, el Neo de la película era un ferviente lector
suyo, como lo atestigua la presencia del libro Simulacra and simulation (1) en la cabecera de su cama (aunque en
este punto se suele pasar por alto que el protagonista lo utilizaba, una vez
vaciado su interior, para ocultar software
pirata). Baudrillard es también el único filósofo al que se menciona
abiertamente en la película, en concreto en una célebre frase de Morfeo a Neo
justo antes de introducirse en la “madriguera de conejo de Alicia” (2).
Aunque en la segunda y tercera partes no vuelve a hacerse mención alguna,
todo el mundo interpretó lo anterior como un claro guiño al que a todas luces
era el padre intelectual y filosófico de Matrix.
Sin comerlo ni beberlo, el viejo Baudrillard, que llevaba décadas escribiendo
para un selecto público, se vio hermanado con la producción norteamericana
más rentable del año, y aunque no tenemos cifras exactas, es de suponer que
su índice de ventas lo agradeció en no poca medida. Después de todo, había
una fiebre mundial por ser como “el Elegido”, y eso empezaba por compartir
libros de cabecera con Él. No
sabemos si alguien dentro del masivo grupo de fanáticos de la película se
molestó realmente en comprobar si la conexión era cierta (sospechamos que
no), pero Baudrillard se apresuró a lavarse las manos respecto a su supuesta
influencia en el film. En una entrevista concedida a Le Nouvel Observateur (3), el francés reconoció entre risas que
los padres de la criatura le habían llamado para buscar asesoramiento, algo a
lo que él se había negado en rotundo. Más aún, señalaba la ingenuidad de
Matrix y afirmaba que “la parte más
embarazosa de la película es que el nuevo problema planteado por la
simulación es confundido con su tratamiento clásico, platónico”, lo cual
constituiría “un serio error”. La supuesta conexión cine-Academia había
muerto. La cultura de elite rechazaba a la cultura de masas. Baudrillard
volvía a ser un lector de culto, y Matrix volvía a ser otra superproducción
alienante salida de la factoría USA. Con la repentina devaluación de Neo
desde paladín hacker de la filosofía hipetélica a vulgar “superhombre de
masas” (a pesar de su muerte en el film), todo volvía a estar en “orden”. NEO: INGENUO RASTREADOR DE DIOS Lo
que tenemos en Matrix es,
básicamente, un joven cuya extraordinaria capacidad le permite sospechar que
el mundo en el que vive no es real. Le permite, por tanto, apercibirse de su
mundo como ficción o como ilusión. Y esto le convierte en extraordinario
porque, al principio, no tiene otra
cosa con la que compararlo. Sencillamente lo sabe. Al pasar a través de
la “madriguera de conejo”, Neo hace un viaje bastante distinto al de Alicia:
da el salto de la ficción a la realidad. Y ésta es la piedra de
toque: una vez en el mundo de Zion (extra-Matrix), Neo ya no dudará de la realidad de dicho mundo; sencillamente
la dará por sentada, y a partir de ese momento toda la película se moverá en
la dialéctica entre esos dos lugares. Es cierto que los superpoderes del
Elegido desaparecen fuera del (pseudo) hipermundo digital de la matriz, pero
asumimos que su capacidad reflexiva se mantiene. A partir de aquí, por tanto,
la primera pregunta que no ya Baudrillard, sino cualquier espectador incisivo
podría formular sería algo así como: ¿si Neo ha rechazado ya como ficticio un
mundo, qué le impide rechazarlos todos? ¿Por qué Neo no mantiene su sentido
de la perspicacia y duda de la realidad de lo que ve fuera de Matrix? ¿Qué le
impide pensar que todo está impregnado,
contaminado por la ilusión? A fin de cuentas, el mundo de Zion resulta
bastante menos creíble que el de Matrix: no se puede culpar a Neo por su
descreimiento respecto a la sociedad occidental de fin de milenio, pero un
mundo cavernoso, devastado y controlado por máquinas insectoides no es, a
primera vista, mucho más verosímil. En
realidad, la cuestión le será bastante familiar a cualquier lector de
Nietzsche con sólo cambiar “mundo” o “realidad” por “Dios”. El filósofo
alemán lo expresa de forma inmejorable cuando afirma que los dioses han
muerto de risa al oir decir a uno que era el Único. Este Dios déspota ocupa
entonces el “lugar del Rey” hasta que el propio Hombre se lo arrebata, pero
esa es otra historia. Respecto a Matrix,
serían las realidades virtuales las que habrían muerto, aunque no sabemos si
de risa o de llanto, para dejar su lugar privilegiado a la Realidad de Zion.
Nada habría cambiado mientras esa “casilla” siguiese estando ocupada y
secuestrada por algo que se autoproclamase “lo real”. Y Neo, inicialmente tan
agudo, no se habría enterado de nada. (4) Así
pues, lo que prometía ser un interesante relato acerca de la desaparición de
lo real acaba convirtiéndose en una aparatosa bagatela sobre realidad y
ficción donde ambos términos terminan por aparecer tan clara y distintamente
como buenos y malos en cualquier producción hollywoodiense. Incluso en La vida es sueño, escrita muchos
siglos antes y sin tecnología digital ni libros de Baudrillard con los que
conciliar el sueño, Calderón de la
Barca volvía mucho más difusa la frontera entre realidad e ilusión. En
Matrix, esa frontera rige con mano de hierro. A este respecto, y haciendo
justicia a la película, muchos seguidores han intentado librarse de la
crítica anteriormente expuesta apelando al giro argumental que se produce en
la tercera parte, en la que vemos cómo dos personajes (Neo y su némesis
Smith) adquieren la capacidad de actuar dentro
y fuera. Para algunos esto supone
la prueba de que no hay frontera ni distinción, mientras que para otros lo
que demuestra es justamente que la hay, y porque la hay puede ser ligeramente
transgredida. Lo cierto es que, si dicho giro pretende demostrar la primera
hipótesis, lo hace de forma insuficiente e insuficientemente justificada. O,
como suelen decir los anglosajones al respecto: too little, too late. SIMULACRO E ILUSIÓN Pasemos
ahora a la crítica de Baudrillard, empezando por el término que nos interesa: “confusión”. ¿Qué
han confundido exactamente los creadores de Matrix? No hay tiempo ni espacio aquí para repasar profusamente
la obra del francés. Lo que sí podemos es intentar ofrecer algunas pinceladas
que ilustren el asunto. El
principal equívoco señalado por el filósofo francés gira en torno a la
confusión entre ilusión y simulacro. Éste último es uno de los pilares
conceptuales de la obra de Baudrillard, y como él mismo no se cansa de
repetir, “lo que se opone a la simulación no es lo real, que no es más que un
caso particular, sino la ilusión” (5). La ilusión, por su parte, sí se opone tradicionalmente
a la realidad, tal y como vemos en la trama argumental de la película.
Básicamente, en Matrix no hay ni
rastro de un simulacro, sino de algo bastante más antiguo y nada novedoso,
que puede ser rastreado en todas las culturas humanas y que podría ser
denominado como el primer problema metafísico del hombre: el mundo como ilusión. Un mundo que se
esconde tras las apariencias es justamente el problema de Platón en el símil
de la caverna y de buena parte, si no de toda, la filosofía griega. (6)
Siglos más tarde, Descartes, Leibniz y otros autores racionalistas aportaron
formas más sofisticadas de resolver el problema del mundo como ilusión, y que
igualmente son abordadas en artículos de gran interés en la página. Dicho
todo esto, ¿qué es un simulacro? ¿Qué le separa y le hace oponerse a una mera
ilusión? Básicamente, el concepto de oposición.
Una ilusión siempre es el producto de una sospecha, sospecha nacida a partir
de la captación de huellas que
delatan un ocultamiento: el de lo
real. Ilusión y realidad son conceptos complementarios, que se revelan
simultáneamente; si se quiere, dos caras de una misma moneda. Sueño y
vigilia, realidad y ficción, arte y vida, mantienen esta relación. Frente a
ella tenemos el puro simulacro: un circuito cerrado, autoreferencial, en
donde ya no es posible oponer algo a algo de modo que exista entre ambos una
diferencia cualitativa. Si lo pensamos, el mundo en su origen (o para los
primeros “hombres” que lo habitaran) es un simulacro de este tipo: un lugar
cerrado, único, en donde todo tiene lugar. El mundo, sin embargo, está lleno
de imperfecciones, de huellas que hacen pensar en que algo se ha escapado de
él. Todas las culturas humanas han detectado y tratado de explicar este
problema mediante mitos que remiten a seres ausentes pero más reales. En
cierto modo, éste es también el problema de Neo: el mundo no le cuadra y
necesita algo más, un afuera; de este modo, el mundo se le
presenta como ilusión, y como toda ilusión, huérfana de lo real. El
concepto de simulacro en Baudrillard se diferencia radicalmente de esta
visión del mundo como simulacro original en que no tiene fallos, o al menos
no tan evidentes como los del mundo. El mundo que habitamos es un simulacro
fallido porque está lleno de invitaciones a hacer metafísica, lleno de
incitaciones a creer que es una ilusión. Es por eso que la primera parte de Matrix resulta tan atractiva: porque
cualquiera de nosotros puede identificarse con Neo, aunque no en mayor medida
que con el anónimo habitante de la caverna platónica que rompe sus cadenas
para ascender al mundo real. Frente a esto, el simulacro “hiperreal” y la
realidad virtual tratan de crear un auténtico circuito cerrado de la
referencia en donde, al no haber huellas, no hay necesidad de nada más. Baudrillard
llama a esto “el crimen perfecto”: un mundo en donde realidad e ilusión han
caído simultáneamente, prueba de que siempre se han necesitado la una a la
otra. En un simulacro perfecto, ambos conceptos son absurdos, y se sustituyen
por la hiperrealidad, cuyo espacio es la copresencia y su tiempo el real-time. No hay problema de las
apariencias, ni problema de Platón, ni problema de Neo, pues sus condiciones
de posibilidad han sido básicamente eliminadas al eliminar el “diferido”: la
distancia ilusoria entre sujeto y objeto, que es ahora suplantada por una
coexistencia similar a la de la materia en el huevo cósmico en el momento
previo al big-bang. De algún modo,
aquél fue el único momento en donde el mundo fue un genuíno simulacro. Por
desgracia, al parecer no hubo allí nadie para atestiguarlo, y ahora queda
reducido al estatuto de hipótesis científica. ISOTROPÍA En
filosofía y física, el atomismo postula un espacio vacío en el que la materia
se mueve únicamente por contacto y choque, y nunca por tendencias intrínsecas
o motores internos. Un espacio de ese tipo, naturalmente, carece en absoluto
de lugares privilegiados o diferenciados
entre sí, y por tanto la dirección que tome un cuerpo en un momento dado es
absolutamente indiferente a efectos de sus propiedades físicas. A este tipo
de espacio, la física lo llama isotrópico.
En un espacio vacío isotrópico no hay lugares,
y la única forma de hablar de un punto A frente a un punto B es cubrirlo con
una cuadrícula que atribuya valores numéricos de forma convencional. Sin
embargo, ningún átomo notará cambio alguno por desplazarse del punto A al
punto B de la cuadrícula. De hecho, para el átomo no habrá diferencia alguna
entre esos dos lugares, y es posible que, si no sufre una aceleración
repentina o algún tipo de turbulencia, ni siquiera perciba su movimiento. En
un espacio isotrópico, de algún modo, lo difícil es darse cuenta de que hay espacio, de que hay movimiento, y no más bien una
indiferencia absoluta o una parsimoniosa nada. El
Neo de Matrix habita un espacio
absolutamente contrario al anterior: su paso a través de la “madriguera de
conejo” le hace profundamente consciente de que ha hecho un viaje de tremendas consecuencias. El
mundo de Matrix y el mundo de Zion son absolutamente heterogéneos; el
desplazamiento de uno a otro está precedido por un ritual ad hoc, sea en forma de llamada
telefónica o de dolorosa inyección medular. El esquema de los dos mundos es
el esqueleto ingenuo de la película, lo que la mantiene en pie y la vertebra,
y si llega a cuestionarse es, como veíamos más arriba, de manera tibia y
titubeante. Este esquema es igualmente aplicable al de un profesional de la
interpretación: para un actor nunca será indiferente estar sobre o bajo el escenario. De algún modo, además, el lenguaje cotidiano
parece resistirse profundamente a la isotropía, y al usarlo distinguimos
constantemente entre lugares y espacios heterogéneos con expresiones como
“adentro-afuera”, “interior-exterior”, “por un lado-por el otro”, “desde
cierto punto de vista”, etc. En defensa de Matrix, por tanto, diremos que su ingenuidad es también la del
lenguaje y, más profundamente, la de cualquier relato (pues qué clase de
relato sería aquel en el que no hay lugares diferenciados o en el que el
protagonista no emprende una suerte de viaje). No
es nada fácil, por tanto, imaginarse un Neo baudrillardiano, pues para
empezar tendría que dejar de ver el tránsito de un mundo a otro como paso hacia algo diferente. De lo cual
resultaría más bien un no-tránsito, pues no habría nada entre lo que
transitar. No habría “mundos”; Zion y Matrix no serían dos “lugares”, sino el
mismo con dos nombres colocados artificialmente. Una vez la realidad ha
caído, no hay razón para colocarla en un más
allá, lo cual nos inmiscuiría en un proceso al infinito. Muerta la
realidad, moriría también la ficción, pues la ficción lo es siempre acerca de
una realidad. Eliminada una cara de la moneda, la otra nunca sobrevive. El
Neo “adulto” debería haberse dado cuenta de que no era más que un átomo flotando
en un espacio vacío e indiferente; su cruzada debería haber sido contra la
superstición de la heterogeneidad, y su primera reacción “madura” una
tremenda carcajada (quizá una carcajada mortal) a la propuesta de Morfeo de
hacer un viaje hacia algún otro sitio.
La desconfianza hacia Matrix habría sido la desconfianza hacia todo lugar. El desvanecimiento de la
ilusión habría sido también la disipación del sueño de lo real. El
Neo de la película es, por supuesto, la imagen especular de todo lo anterior:
paradigma de creyente, auténtico judeocristiano que lucha contra los falsos
ídolos que tapan la visión del Dios verdadero, aunque aquí no se trate de
dioses, sino de realidades. El peligro del descreimiento, del ateísmo, nunca
llega a tentar al protagonista. De hecho, el único personaje que coquetea con
dicho descreimiento es Cifra, desempeñando el triste papel del traidor, más desagradable si cabe que
el del malvado. ACTORES Y LÍMITES Si
uno se para a pensar, la ingenuidad de Matrix
a los ojos de Baudrillard tiene mucho que ver con la condición misma de actor o, para el caso, de profesional
de la ficción. Un actor existe, después de todo, porque hay diferencia entre
ficción y realidad. Su trabajo no tendría sentido sin esa frontera: sin ella
no habría “buenos” ni “malos” actores, y el hecho de que en ocasiones tomemos
como real lo que está pasando sobre un escenario no quiere decir que dicha
barrera no exista; quiere decir que el actor en cuestión es un maestro en su
arte; que puede disimular o hacernos olvidar por un momento que hay barrera,
pero precisamente porque la hay. En
todo caso, al final las luces se encenderán y habrá aplausos o abucheos: el
telón siempre cae; los actores entran en sus camerinos y los espectadores
salen a la calle. Baudrillard cita a Henri Michaux para definir al artista
como “aquel que se resiste con todas sus fuerzas a la pulsión fundamental de
no dejar huellas” (7). Sin huellas, por supuesto, no habría diferencia, y nos aproximaríamos a la
peligrosa posibilidad de un acting-out
del que el hombre, a lo largo de toda su historia, se ha protegido
introduciéndolo en el dominio de la locura. En
estas condiciones, uno puede preguntarse si es posible una versión no-ingenua de
Matrix; si un grupo de profesionales cuya esencia está tan profundamente
arraigada en esa diferencia está en condiciones de suprimirla, y de hacerlo
precisamente en una ficción, en una película; esto es, desde la diferencia misma. Dicha supresión sería necesariamente
una ilusión, pues al final seguiría habiendo títulos de crédito con los
nombres de actores y directores, éstos ya sí perteneciendo a lo “real” (y por
tanto señalando lo anterior como “ficticio”). Una supresión ilusoria,
decíamos, y como cualquier ilusión, remitiendo necesariamente a lo que no lo
es. No es que Baudrillard exhorte a Neo a dudar también de la realidad del mundo de Zion y a seguir
buscando (aunque esta perspectiva habría creado ya una película más rica, si
bien igual de ingenua); lo que un Neo “mayor de edad” habría hecho es, en
este caso, darse cuenta de que, como Baudrillard afirma en El crimen perfecto, el asesinato de la
realidad es también el exterminio de la ilusión vital, de la ilusión radical
del mundo (8). Recurriendo de nuevo al símil, podríamos decir que seguir
creyendo en la realidad cuando se ha perdido la ilusión, o viceversa, es como
creer en la existencia de monedas de una sola cara. Una entidad que,
suponemos, reposará en el limbo de lo ente junto al círculo cuadrado, el
actual rey de Francia o el tigre infinito de Borges. ¿REALIDADES DESIERTAS O DESIERTOS
REALES? “Bienvenido
al desierto de lo real” sirve, a modo de conclusión, como la frase que delata
el tremendo equívoco de la película. Morfeo la pronuncia justo antes de
enseñar a Neo, vía televisor, el páramo en el que se ha convertido el mundo.
La frase está tomada, pues, en su cruda literalidad. Por desgracia para los
Wachowsky, no es ésta la idea de desierto
que Baudrillard tenía en mente al inventar la expresión. El “desierto” del
francés es la ausencia, la desaparición, la disipación o el exorcismo, y no
una vulgar llanura oscura agujereada por túneles en donde no hay rastro de
civilización occidental. Matrix es una
historia acerca de la importancia de la diferencia. Neo es el Elegido porque
reivindica la Diferencia auténtica,
o, si se quiere, el gobierno absoluto de la relación significante-referente,
mientras el resto de mentes cultivadas son incapaces siquiera de atisbarla.
Desde este punto de vista, la película es la antítesis de la realización de
la visión baudrillardiana. Ni siquiera tienen en común el punto de partida,
pues la puesta en duda de Neo de que lo que vemos sea “real” responde más a
la noción clásica de ilusión que a la de simulacro. Ya desde el principio,
sus caminos circularán en direcciones totalmente opuestas. Lo curioso del
caso es que, siguiendo la argumentación expuesta más arriba, Neo sería algo
así como el alegato anti-simulacro del gremio de los intérpretes; una
reivindicación de las condiciones de posibilidad mismas de la profesión, la
principal de las cuales es la profunda creencia en la distinción
realidad-ficción. Puede que esto sea algo decepcionante para los iniciados
baudrillardianos que convirtieron Matrix
en el primer icono cinematográfico de su particular parnaso, pero hemos de
pensar que, a fin de cuentas, no es más
que una película, y lo excepcional habría sido asistir al multimillonario harakiri de una industria que
aventurase su propio final con un tremendo y esforzado despliegue de toda su
capacidad técnica. Parafraseando a Baudrillard, “Matrix es con toda certeza la clase de película sobre Matrix que
Matrix misma habría sido capaz de producir” (9), y puede considerársela como
una parte del empeño del simulacro por llevar a cabo su solución final: “un
universo virtual del cual han sido exorcizados todo lo negativo y nocivo”
(10). ¿Es posible ilustrar ese esfuerzo sustitutivo en una película? La
respuesta, quizá, debería ser rastreada en otro sitio: en autores como Lynch
o Cronenberg. O esa, al menos, es la huella que Baudrillard no se resiste a
dejar en su entrevista. Apéndice: Is
En
la enorme y multicolor cibercomunidad de seguidores de Matrix hay intensos debates a propósito de todas aquellas
cuestiones que no quedan del todo resueltas en la película (que son unas
cuantas). Una de las más jugosas es la que da título a este apéndice, y cuya
extensa discusión se puede encontrar en http://www.matrix-explained.com/matrix_within_a_matrix.htm.
Al contrario de lo que pudiera parecer, sin embargo, la cuestión de si Zion
es en realidad parte de Matrix (y por tanto otra “ilusión” sustitutoria de lo
real) no es relevante a efectos de la crítica de Baudrillard o de las
cuestiones que trata este artículo. Lo importante para nosotros es que Neo
emprende la búsqueda de la verdadera realidad, y dicha búsqueda es la que da
sentido a toda la película y constituye el “esqueleto ingenuo” al que nos hemos
referido antes. Que Zion sea la periferia de Matrix (como se insinúa al final
de la segunda parte) tan sólo contribuiría a enrevesar un poco más el
argumento, pero no a corregir en modo alguno la malinterpretación que aquí
exponemos. NOTAS (1) Si bien no hay traducción directa
al español de esta colección de escritos (Simulacra
and simulation, University of Michigan, 1994), los dos más importantes (La precesión de los simulacros y El efecto Beaubourg) pueden
encontrarse en Cultura y simulacro,
Kairós, 1978. (2) Cualquiera que vea el film sabrá
interpretar el guiño: “You have been
living inside Baudrillard’s vision; inside the map, not the territory”. (3) Le Nouvel Observateur (19-25
Junio 2003), entrevista por Aude Lancelin. (4) Para la elaboración del párrafo
anterior me he basado en las lecturas que Gilles Deleuze y Michel Foucault
hacen de Nietzsche, así como de sus particulares visiones sobre el
estructuralismo. A ambos respectos, véase Nietzsche
y la filosofía, Barcelona, Anagrama, 1971; Las palabras y las cosas, México, Siglo XXI, 1968; y “¿Cómo se
reconoce el estructuralismo?”, en Histoire
de la philosophie, París, Hachette, 1972. (5) El crimen perfecto, Barcelona, Anagrama, 1996, p.30. (6) En la sección de filosofía, de la
página web oficial del film, (http://whatisthematrix.warnerbros.com/rl_cmp/phi.html)
hay varios artículos que se ocupan de la relación entre Matrix y Platón, relación que con toda probabilidad es más íntima
que la que mantienen Matrix y
Baudrillard. (7) El
crimen perfecto, p.11. (8) Ibid.
p.9. (9) Le Nouvel Observateur, número citado. (10) Ibid. |
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